sábado, 31 de agosto de 2013

La vida entre paréntesis

Dicen que los niños comienzan a tener recuerdos  concretos de su vida a los 5-6 años. Pero tengo la gran
esperanza que alguno de nuestros momentos tailandeses se cuelen en la memoria de Ian como un intruso o en los llantos de Mila en forma de sueño y que se queden alojados en lo más profundo de su inocencia.

Pero si no fuese así, si ningún recuerdo se hiciera lo suficientemente corrupto como para robarles un pedazo de su memoria, he aquí estas instantáneas que les guardo en letras. Unas instantáneas de aquella vida entre paréntesis, en un país que nos recordó que lo natural y puro sigue vigente a pesar de las exigencias humanas; que nos enseñó que los miedos son adultos y la adaptación a los cambios son de pequeños; que se nos tatuó en un verano cualquiera para no borrarse.

Me hubiera gustado poder contarles/aros a qué saben las frutas de Tailandia, cómo era mi barrio y la lavandería de la esquina, los mitos que desmitificamos, las “occidentaladas” que nos mandamos, el hermoso viaje a la isla de James Bond que hicimos, cómo era la televisión tailandesa, los hospitales- hoteles que nos cruzamos y el comercio de la sanidad, la historia de los reyes, de Taksin, el mundo tailandés según Ian….

Pero sé que sabrán disculparme porque mientras tanto estaba saboreando mi propia Tailandia, esa que quedará como una estampa en mi memoria.

Hoy se me hace raro llegar a mi casa y no sacarme los zapatos, no agachar la cabeza con las manos trianguladas para saludar, no desayunar mango ni tener esa sensación de miedo al picante ante cada comida, no esperar la toalla refrescante con olor a lemongrass en ningún restaurante ni hotel, no tener las aglomeraciones de thais alrededor de Mila, no cruzarme ni altares con ofrendas, ni tuk tuk de colores, ni monjes en naranja, ni sopas en bolsas de plástico, no reírme ante el "same,same", no disfrutar las historias de Um ni los consejos de Nice ni las cenitas con Flor (claro que sí!), no oler la tormenta, no escuchar a los pájaros.

Hoy se me hace raro no estar en Tailandia, aquel país que fue un paréntesis feliz en la vida de esta familia de cuatro.

Sawasdee kaa Tailandia!


lunes, 26 de agosto de 2013

Chiang Mai

Chiang Mai es aquella rara coincidencia que se repite cada vez que un viajero responde a la pregunta qué fue lo que más te gusto de Tailandia. Demasiadas veces había escuchado ya ese nombre de 2 palabras, que al principio me costaba recordar pero sabía que, fuera como fuera, no teníamos que dejar de visitar.

Aprovechando la oleada de visitas que recibimos en el último tramo de esta estancia, decidimos que teníamos que cerrar nuestra experiencia visitando Chiang Mai, la ciudad de los 350 templos, en familia. 

Acordamos finalmente que nos encontraríamos en la ciudad del norte, con llegadas escaladas y que al final podríamos hacer un viaje estilo terapia familiar, sumando al equipo a Moni, mi suegra, y Mache, mi cuñada.

Con la cancha que ya me había dado aquel viaje a Bangkok, me subí nuevamente al avión con los dos enanos sola para encontrarme con la otra mitad del equipo, las chicas Ubirias, a falta del DT que llegaba al día siguiente, después de trabajar. Llegar fue fácil y encontrarnos mucho más.

Cuando salimos a deambular por las calles de Chiang Mai descubrimos que todos los mitos sobre la ciudad eran completamente ciertos: todo es más barato, los hombres  y mujeres son mucho más guapos y la gente es más amigable que en otras partes de Tailandia. Se volvía a cumplir aquella profecía norte/sur que tantas veces se repite absurdamente y sólo en algunos casos, como este, se acerca a la verdad: el norte es mejor que el sur. Y pensé para mis adentros que por fin estaba volviendo aquella imagen de la Tailandia amigable que hacía 8 años había dibujado en mi cabeza y que traicionaba mi recuerdo con la sospecha de mutación.

El primer amigo que hicimos fue Sittichai Pornpratansurk, el taxista más agradable del mundo. Las casualidades de la vida quisieron que él se convirtiera en nuestro chofer y guía de la ciudad. Grande fue nuestra decepción cuando vimos una cruz colgada de su retrovisor y no la parafernalia budista a las que estamos acostumbrados. Le preguntamos de qué religión era y nos dijo que Bautista. Cuánta mala suerte hay que tener para que en una ciudad que se caracteriza por tener 350 templos budista justo nos toque la representación del 1% de los bautistas! Evidentemente las dudas sobre el budismo quedarían para el 95% de los budistas restantes que caminaban las calles de Chiang Mai.

Khun Porn-prantansurk realmente no hacía honor a su apellido, salvo cuando quiso ligar con mi suegra preguntándole su edad (grave error) y diciéndole que era “very beautiful” (gran acierto). Su mirada inocente de joven trabajador quedó patitiesa después de comprobar lo que 3 mujeres argentinas pueden hacer durante tantas horas en un taxi.

Nuestro primer destino fue el campo de elefantes Mae Sa. Ian estaba tan excitado casi como la primera vez.
Foto de Moni
Esta vez el show del riding elephante se extendía con una puesta en acto de los elefantes que nada tiene que envidiarle a los mejores shows de Las Vegas. Nos pusimos en la cola de los espectadores para hacer lo que toca: darle de comer a los elefantes  y sacar la misma foto que circulan en los facebooks chinos.

Considerando que estos animales comen 150 kilos de comida al día, nuestra ración podía llegar a quedar en la muela del elefante. Pero aun así, el entrenamiento de estos animales es tan efectivo que no solo no se escucharon quejas sino que, además, las 4 bananas que le dimos funcionaron cual Viagra. De repente junto a mi cuello y el de Ian se erguía una trompa con punta viscosa preparada para hacer la gracia del día: darnos un beso en agradecimiento de las bananas. Nuestra negativa hacia el gesto fue en vano porque la trompa ya estaba decidida a funcionar. De repente la trompa del elefante se posó en mi cuello, con un leve ruido que solo yo pude escuchar, y empezó a succionar la piel para juntar fuerzas y por fin hacer el resoplido final de satisfacción. La sensación fue escalofriante y la baba del elefante no dejaba de resbalar por mi cuello.

 El domador, con cara de orgullo, felicitaba al elefante quien me miraba con cara de perverso diciendo con sus ojos: “si me das otra banana te doy un beso francés”. Preferí correr hacia la otra punta intentando olvidar al elefante perverso, pero fue casi imposible hacerlo ya que durante toda la mañana  el olor a elefante me cubrió el cuello y el resto del cuerpo. El espectáculo siguió con un partido de fútbol elefantino y unos elefantes pintores. Espero que al menos mi elefante perverso sea de los del show de pintores, para tener algo en común de qué hablar.

Foto de Moni
Un taxista Porno-ligón y un elefante besucón habían sido demasiado por un día, así que decidimos que nuestro próximo destino sería un templo para poder perdonar nuestros pecados.

Al otro día y ya con la pandilla completa, nos fuimos al templo Wat Prathat Doi Suthep. Es un templo que está ubicado en la cima de una sierra y que tiene muy buenas vistas de la ciudad, lástima que la niebla jugó en nuestra contra. En él aprendimos que hay 7 budas que se corresponden con los días de la semana, según el día que naciste. Descubrí que el mío es el buda reclinado y casi que encontré explicación a mi vocación de sueño.

Digamos que de todos los templos en los que hemos estado, este fue el más activo, tanto que me arriesgaría a decir que es el Disneylandia de los templos: había piedras donde se dejaban los nombres de los visitantes, una tela donde se escribían los deseos, campanitas con los nombres de parejas y hasta un monje que “bautizaba” sin cargo. Ahí fue cuando Mila recibió su primera agua bendita de manos de un monje casi tan antiguo como el templo y su pulserita “espantamalosespíritus” con las palabras más alentadoras del mundo: Happines, happiness, happiness. Ian también se puso en la cola y aquella pulserita que en algún otro momento le causó tanto conflicto le duró lo que tardamos en llegar al hotel.


Foto de Moni
Foto de Moni



















El día lo terminamos en la comunidad de las “Long Necks”. A pesar de las advertencias sobre lo deprimente del espectáculo, queríamos comprobar cuánto podíamos soportar al ver la cultura manoseada por esta Tailandia que a veces se vuelve tan cruel.

Craso error. Me explico: Long Necks es una comunidad de mujeres que por belleza entienden tener el cuello largo. De allí que se alarguen el cuello con una especie de collares que añaden cada vez más piezas, a medida que se les deforma la cara. Hasta allí puede sonar una experiencia antropológica interesante. Sólo hasta que llega uno a la comunidad y se da cuenta que los cuellos han sido escandalosamente comercializados en pos de un turismo tan retorcido como la propia comunidad (entre los que obviamente nos encontrábamos nosotros). A tal punto llegan las ansias de rentabilidad que han montado un escenario en donde cualquiera se puede sacar una foto montando su cara en un círculo que descubre un cuerpo de una long neck. Nos fuimos de allí con 500 baths y 20 minutos menos de nuestras vida, reprochándonos haber entrado al espectáculo.


El resto de imágenes se quedaron en el Ching Mai prolijo, ordenado, con veredas (cosa rara en Tailandia). En aquella ciudad Tailandesa más próxima al barrio de Gracia o Palermo Hollywood que al desorden de Bangkok. En los mercados más baratos del mundo con las cosas más bellas del país. En los restaurantes que entretienen a tu bebé mientras uno come tranquilo. En los hombres que dicen piropos, en la mirada de un pueblo simpático que no hace esfuerzos para convencerte de las cosas, porque las cosas ya nos convencen por su propia cuenta.

Tal vez por todo esto, Chiang mai sigue cautivando a todos aquellos que tenemos la suerte de pasar por ahí.





martes, 20 de agosto de 2013

The site

Sabido es que a casi 3 meses de estar en Tailandia la única razón nombrada de este viaje ha sido siempre el trabajo de papá. Pero ¿qué es el trabajo de papá? Probablemente no tenga sentido explicarlo con detalles, pero sí merece un pedacito de atención nuestra visita al famoso “Site”, el lugar donde cada mañana papá dedica sus 8 horas laborales .


The site se ha vuelto una palabra muy común en nuestras conversaciones desde que llegamos aquí. A primera vista podría ser cualquier sitio. De hecho, si Agus recibiera un mensaje de una chica diciendo “Nos vemos en el Site”, casi que podría comenzar a dudar de su fidelidad. Sin embargo, a día de hoy, es una palabra que tiene tal institución propia que se ha convertido en el centro neurálgico de la vida de muchos de los que estamos aquí.

The site , en paisano, es una obra en construcción. Es donde se está construyendo un hotel, ese que desde hace varios meses ocupa la rutina laboral de papá.  

La primera vez que pasamos por the Site, fue de regreso del aeropuerto, con una lluvia torrencial que opacaba cualquier paisaje digno de ser deducido entre los ladrillos. No solo la lluvia molestaba nuestras expectativas, sino también una obra en construcción a medio hacer que se confundía con la mismísima cultura tailandesa. No fue mucho lo que pudimos ver, pero al menos Ian ya había dibujado en su cabeza donde estaba papá cuando se iba a trabajar.

La segunda vez que fuimos al site fue de paso a una de nuestras excursiones. Esta vez el sol se había puesto de acuerdo con los tailandeses y pudimos ver lo que empezaba a aparecer entre los escombros: un hotel de verdad.

The site por fin tomaba forma y podía leerse parecido a aquellos renders que tantas veces hemos mirado. Tal vez el empujoncito de un footshooting para una revista inglesa hizo que el turbomotor de la constructora promoviera entre sus empleados una velocidad que nada tiene que ver con la idiosincrasia tailandesa.

Cuando llegamos al site, era un domingo. Los empleados que estaban trabajando nos miraron con la misma cara que se mira a los inspectores de Hacienda. Por un momento deben haber pensado que éramos de la famosa revista, pero nuestras pintas playeras y nuestro poco glamour dejó claro que no podríamos ser ni siquiera clientes. Así que se dieron vuelta y siguieron trabajando.

Dos cosas me llamaron enormemente la atención: la primera, la cantidad de mujeres trabajando en la obra; la segunda, la cantidad de hombres recostados durmiendo. Y os juro que ambas apreciaciones nada tienen de intencional en el debate sexista!

En Tailandia es normal ver a muchas mujeres trabajando en las obras en construcción, cosa que me hizo pensar que a nivel de igualdad de sexo están mucho más adelantados que los occidentales. Según cuentan, muchas de ellas vienen con sus maridos desde cualquier lugar de Tailandia o de Birmania para trabajar juntos y mantener a sus familias.

En cuanto a la siesta, creo que nada tiene que envidiarle a nuestra querida España. Además, todo trabajo que requiera esfuerzo físico debe tener un descanso de cómo mínimo 20 minutos por ley, lo cual es claramente imaginable, ya que en lugares como este donde el calor azota hasta a los que estamos debajo del ventilador, los descansos se vuelven más que necesarios. Aunque es sabido que las siestas en The Site son como aquellas que se le roban a la muerte y que el tema de los turnos, la eficiencia y la división de trabajo todavía no ha llegado a rumorearse por esta comunidad.

Van vestidos como si estuvieran a punto de robar un banco. Sólo dejan ver sus ojos a través de dos agujeros que si pudieran taparían con anteojos, con la única misión de no encontrar al sol. De vez en cuando, alguno encima de todo ese ropaje se acuerda de lucir el casco. Pero generalmente coincide con alguna que otra casualidad.

Después de varias vueltas por la construcción, chocando maderas, interrumpiendo comidas obreras y fotografiando inacabados, ya teníamos un plano concreto de por qué estábamos aquí. The site encarnizaba una causa de un viaje que ya está llegando a su fin. Le vimos la cara despeinada. Pero, por suerte, no falta mucho para que aparezca su peinado y nos quede en el recuerdo como la mejor excusa de un viaje inolvidable.


martes, 13 de agosto de 2013

Brave mothers

Mi valentía con los años ha ido decayendo a pasos agigantados, supongo que por el confort que nos permite el ser dos para enfrentar problemas o que el arriesgarnos a tomar ciertas decisiones acompañados siempre es más fácil. Pero apareció ante mí esa oportunidad de volver a comer espinacas como Popeye y desempolvar aquella fuerza que me retraía a mis veintitantos.

El hecho que nos afecta no es de destacar, debo confesarlo. Pero en mí, resultó ser un hito en mi carrera de madre y en mi currículum de valentía. Estoy hablando del simple hecho de tomarme un avión hasta Bangkok sola con los dos enanos. El plan era simple: me tomaba el avión en Phuket, me bajaba en Bangkok, iba al hotel señalado y me encontraba con la madre suplente, mi gran amiga Viqui, para disfrutar unos días juntas en la capital tailandesas.

El plan no tenía nada por donde podría fallar pero cuando Gaby, mi cuñada, mi ejemplo de madre valiente, con una vasta experiencia en viajes solitarios en aviones con enanos, me dijo “Te vas a ir sola??? En ese país??” entonces empecé a preocuparme por mi futuras ansias de ser una madre coraje. Pero ya era tarde y la decisión estaba tomada. Sólo nos quedaba sacar músculos e intentarlo.

El avión partía muy temprano en la mañana y el check in fue solo un trámite. Mi falta mayor en ese lapso de tiempo de espera fue solo la parte de “Mamá tengo frío. Ian no te traje nada, cubrite con el pareo”. Después de eso no hubo mayores sobresaltos.

Subimos al avión y supongo que la cara de lástima que ya había practicado en casa hizo efecto en las azafatas,  quienes me ayudaron con todo lo que estaba en sus manos. Todo estaba tranquilo, hasta el momento en que el avión literalmente comienza a rodar por la pista, preparado para despegar. Fue entonces cuando siento que Ian me toca el brazo despacito y con su cara de perrito mojado me dice “Mamá, caca”. Lo único que le pude preguntar en el momento fue si se la aguantaba y como una oveja a punto de ser esquilada me dio un sí como respuesta. Aguantó como un campeón y de nuevo las azafatas actuaron como un salvavidas de viaje.

Cuando llegamos a Bangkok, era la hora pico y por recomendación del punto de información del aeropuerto decidí llegar al hotel vía autobús-tren. Bien sabido es por estos lares que quedarse varado en un traffic jam en el medio de Bangkok puede convertirse en la peor de nuestras pesadillas.

 Subir al autobús con una pequeña maleta, una mochila con un bebé y un niño de 3 años no podía pasarle desapercibido a nadie. Mucho menos a los chinos! Uno de ellos, muy jovencito y amable, se levantó al verme tan cargada y me acompañó con mi equipaje hasta un asiento más o menos cómodo para desplegar todos mis “bártulos”. El chino no paraba de mirar a Mila y amagó varias veces con los brazos a agarrarla en posición de ayuda.

 Mila se aferraba a mí con uñas y dientes porque sabía lo que se venía, de tanta experiencia oriental. Ante su intento fallido, el chino decidió sentarse a mi lado y a continuación atacó con la típica pregunta china: ¿Puedo sacarle una foto? Fue muy difícil decirle que no después de tanta amabilidad. Se dispuso con su mega cámara a buscar el mejor perfil. Juraría que Mila se escondió detrás de su sombrero y pensó para sus adentros “mamá, te odio”. Pero todo tiene un coste en esta vida y desde pequeña tendrá que aprenderlo.

Detrás de mí subió una norteamericana muy simpática preguntando si alguien iba a su mismo hotel. Cuando clavó la vista en mí, me preguntó: Are you  travelling alone with your two kids? Claro que lo estaba. Entonces disparó: What a brave mother! La espinaca estaba haciendo efecto! Mi sonrisa se reflejó por el vidrio de la ventana, junto con el flash del chino que no paraba de sacar fotos a Mila.

El resto del viaje fue de anécdota. Lo pasamos muy bien con mi madre suplente, que por cierto también en su honor le cuelgo el título de brave mother.

Por esos días nos enteramos que se acercaba el día de la madre en Tailandia. Desde 1976 los tailandeses celebran el día de la madre el 12 de agosto de cada año. Ese día coincide con el cumpleaños de la reina de Tailandia Her Majesty Queen Sirikit, muy querida por todos los tailandeses y considerada la madre de todos ellos.

Desde entonces, el día de la madre thai es feriado nacional en todo el país. Se despliegan banderas azules que son las banderas de la reina, se cuelgan retratos de la reina con ofrendas y los hijos regalan a sus madres orquídeas a cambio de su bendición. Los míos prefirieron regalarme unos masajes durante 2 horas, lo cual agradezco bastante más que unas orquídeas que poco valor de cambio podrían tener con mi bendición.


El viaje duró 3 noches y 4 días, lo suficiente para que Viqui y yo nos recibiéramos por fin de brave mothers, junto a la reina Sirikit. Subimos al avión de regreso con la tristeza de dejar a la madre suplente volver a casa. Cuando estábamos despegando para volver a casa siento la mano de Ian en mi espalada: “Mamá, caca”.

sábado, 3 de agosto de 2013

Nice

A primera vista, Nice es todo cabellos.  Es imposible no pararse a admirar ese negro que no se acerca ni al
azabache. Un negro que, diría yo, crea estilo de negro con su propia personalidad. Su negrura se desliza casi hasta su cintura y por eso se vuelve tan importante en su cuerpo. Digamos que su cabello, a primera vista, hace al 70% de su personalidad. Sólo hasta que hablas con ella.

La cabellera comparte la mitad de su cuerpo, algo que no es difícil de lograr con sus medidas tailandesas. Pero esa pequeñez contrasta con la antigüedad de su corte de pelo, que se mantiene dentro de su juventud por los secretos ancestrales que reserva el aceite de coco.

Lleva consigo una calma envidiable, propia de quien sabe ser budista a ultranza. Su pequeño cuerpo se mueve con la misma perfección que le exige a las cosas que hace.  Se ríe suavemente, sin exagerar, y me atrevo a decir que esos ojos recurren frecuentemente a alguna que otra tristeza. Solo una vez la vi deshacerse de sus impecables gestos, cuando le invité un shake de mango con leche de coco. Fue entonces que me di cuenta que la niñez  también estaba escondida en sus ojos.

Heredó un inglés brillante, como toda ella, de una empresa norteamericana en la que trabajó durante muchos años. Hasta que un día decidieron hacerle el favor de motivarla a buscar su propio caminó. Fue entonces cuando empezó a vivir lo que es hoy su vida, como emprendedora mujer y tailandesa. Si le preguntas a qué se dedica, prefiere definirlo como real estate, pero yo creo que en el fondo su profesión es ser la mejor amiga tailandesa de las expats perdidas que andamos por esta selva.

Es vegetariana y pierde sus modales por cualquier tarta de chocolate o crema. Su cara de placer ante un bocado de dulce de leche hizo que ella misma desconfiara de su diplomacia por un rato. No pasó lo mismo, al probar la tortilla española. La insensatez de sus cejas me dejó percibir una pequeña duda acerca de esa comida occidental tan estrictamente consistente a la que su paladar irradiaba señales de extrañeza. Pero al final repitió plato, tal vez por su excesivo grado de cortesía o porque realmente lo exótico va con ella.

Su edad iguala a la mía y su primera reacción al saberlo fue: “I love kids, but I was not lucky”. Al principio me sonó como una justificación social pero luego me di cuenta que era una pura sensación de deseo al ver a mis hijos.

Nunca ha viajado a Europa pero ha estado en la preeuropa. Primera vez que oía ese concepto y segunda vez que escuchaba hablar de Kazajistán en mi vida. Más tarde supe que allí vive su pareja. Tiene dos hermanos, uno de los cuales es monje. En su discurso se traduce una familitis aguda y creo que eso ha hecho que se encariñara tanto con nuestro pequeño grupo de cuatro.

Me ha enseñado casi  todo lo que sé acerca de este país. Y lo ha hecho de la misma manera que a  mí me hubiera gustado transmitir mi propia historia a alguien ajeno. Sé que mi viaje tal vez no hubiera sido lo mismo sin ella.

Por ello, y por el gracias que le debo, en estas letras mi pequeño homenaje para Nice.




jueves, 1 de agosto de 2013

Koh Samui

Dicen que los viajes improvisados son los que mejor salen y este fue el caso de nuestra visita a Koh Samui. Cómo cuando éramos jóvenes y las plazas del coche se limitaban a dos, nos animamos a salir con un rumbo poco definido, sólo sabiendo que el destino final sería Koh Samui, la tercera isla más grande de Tailandia. Lo que quedaba por en medio lo destinamos a la sorpresa.

Arrancamos el viaje sabiendo que nos quedaban aproximadamente 4 horas para acercarnos a la costa trampolín de la isla. Dos nombres llevábamos anotados en la mano: Sura thani y Don Sak. El azar haría el resto.

El viaje en coche fue un revival de las rutas argentinas: esquivando pozos y comiéndonos alguno que otro, traspasando camiones, evadiendo los coches que se animaban a recorrer el camino por la dirección contraria. Lo único que nos recordaba todo el tiempo que estábamos en Tailandia eran los “motocarros” típicos de estos pagos, que circulaban como si fueran 4x 4 en el medio de la carretera a 2 km por hora. Agradecimos tener un pasado de conductor peligroso en alguna parte del tercer mundo pues fue la clave para sortear obstáculos en medio de la oscuridad más frondosa que habíamos visto en este país.

Dos detalles nos llamaron la atención. El primero, que nos mantuvo entretenidos un buen rato, fue intentar dilucidar quién era aquel cowboy con pistola en mano que aparecía repetidas veces en la “colita rutera”. Abro Paréntesis. Fue mi marido quien me apuntó este nombre. Quiero pensar que entendió que le estaba preguntando por el nombre del “tapa ruedas” y no de alguna chica vestida de cowboy parada en la carretera que yo no llegué a ver. Por favor, sexo masculino corroboradlo para confirmar que no me perdí de nada importante. Cierro paréntesis.

Entonces, hablábamos del dibujo de cowboy, un dibujo de estilo comic, con rasgos muy marcados cual estampa de John Wayne, apuntándonos con una pistola. Supusimos que era algún héroe americano alabado por los thais, aunque tenía un aire a Jesucristo. Lo curioso es que la imagen se repetía en todos los camiones, probablemente porque es el dios protector de los camioneros o cabe pensar que era el único motivo de “colita rutera” que quedaba en el concesionario.

El segundo detalle fue que en todo el trayecto que hicimos entre Phang nga y Surat thani no nos cruzamos ni con una sola gasolinera. Otro hubiese sido la historia si no hubiésemos tenido el tanque lleno.

Finalmente llegamos a Don Sak y en nuestro camino al puerto desde donde partía el Ferry, nos cruzamos con el cartel de un hotel. Phupa se llamaba y como nos cayó simpático el nombre decidimos adoptarlo. Eso es lo que tienen los viajes improvisados, que uno elige según cómo suenan los nombres.  El hotelito era propiamente una phupa en el culete. Gracias a dios era de noche y como alguna vez he comentado, todo de noche suena más bonito.

Agus tuvo tiempo hasta de regatear el precio de la habitación y cuando volvió al auto con esa sonrisa que ya conocemos, sabía que nos esperaba algo más allá del estadio “malo”. Pero no nos importó porque lo único que deberíamos hacer en él era cerrar los ojos y dormir. Salvo las hormigas en la cama, que por sorteo me tocaron a mí, y un baño de cemento pero limpito, debo decir que nos terminamos encariñando tanto con el  papel higiénico en paneras de plástico como con sus toallas dispuestas elegantemente en forma de flor.

Esa noche decidimos orientar al azar un poquito y con 12 horas de anticipación reservamos un hotel con encanto en la isla. Ante una preselección rápida nos declinamos por una oferta que complementaba el ahorro que habíamos logrado en el Phupa Resort y nos dimos un gustito.

El viaje en Ferry fue con coche incluido y comenzó  a primera hora de la mañana, cuando las hormigas me dejaron de picar. El ferry se asimilaba a un barco carguero, pero habían tenido la simpatía de pintar de colores aquellas partes que estaban fuera de uso. Esta vez no hubo sobresaltos ni nada por el estilo, aunque la peli Avatar de Phi Phi fue reemplazada por la Señora de Siemezuck tailandesa que tenía una cocina digna de aquella época.

Llegamos y de verdad que parecía el paraíso. Creo que hasta había olor a paraíso. Pero hay que estar ahí para poder explicarlo. Nuestra improvisación también llegaba al punto de que en realidad no sabíamos nada de la isla, por lo que nos dejamos llevar por el paisaje. Bajamos en el coche y nos inundamos de Koh Samui. No teníamos ni idea dónde quedaba el hotel, a tal punto que los caminos extraños nos llevaron al medio de la selva, literalmente. Fue el momento en que desplegamos al fiel compañero google maps y llegamos al destino disfrutando del entorno.

He de admitirlo, eso de orientar al azar a veces está muy bien. Nuestro hotel, hasta donde veíamos, entraba dentro de los límites de la perfección. Pero entonces llegó Agus de nuevo con su sonrisita. ¿Qué paso? Nos “upgradeieron”. Traducido al español: nos mandaron a bussiness. ¡Nuevamente el azar! O tal vez un bebe con posibilidades de molestar a medio hotel, pero qué importa, si su intención era evitar nuestra aparición pública, lo lograron.

Cuando la chica de la recepción, vestida con un uniforme parecido al de la princesa Laia en Starwars, abrió la puerta de la habitación apareció ante nosotros el paisaje más conmovedor de este pequeño gran viaje. Tanto nos conmovió que no creímos necesario durante dos días tener contacto alguno con cualquier otro tipo de realidad.


La alegría de tanta belleza nos duró 2 días y una noche, lo suficiente como para ser felices desde entonces y felicitarnos una vez más por seguir improvisando y creyendo en el azar.


jueves, 25 de julio de 2013

La Curesma Budista

Cuenta la historia que en los inicios de los tiempos de Buda los monjes podían enseñar su filosofía a sus congregaciones a lo largo de todo el año. Muchos de ellos buscaban lugares lejanos para meditar y otros recorrían el camino para llegar a nuevas congregaciones. La época de lluvias era el momento de viajar, como también era el momento de sembrar arroz. Hete aquí que los granjeros se quejaron al Buda por los daños que los monjes hacían en sus siembras. El Buda decidió entonces que los monjes se quedarían en los templos mientras durara la estación de lluvias y que, por tanto, todos aquellos que quisieran meditar debían acercarse a los Templos. Desde ese entonces, cada 23 de Julio el mundo budista tailandés celebra su Lent Budist Day o la Cuaresma Budista.

Durante la Cuaresma Budista los monjes deben dormir siempre en el Templo, se dedican a meditar y los monjes mayores enseñan a los monjes más jóvenes el Dharma, algo así como la ley natural o las conductas adecuadas del budismo.

La primera vez que escuché sobre la cuaresma budista fue de la forma más banal posible: Agus me dijo que el 22 y el 23 eran fiesta y que podríamos viajar a algún lugar. Pero la felicidad de un posible viaje duró poco, sólo hasta el momento que nos advirtieron que era una fiesta budista y que lejos estábamos de las ropas naranjas y la cabeza rapada.

La segunda vez que escuché del caso, fue en boca de Um. Me comentó que un viernes no podría venir porque volaba al pueblo de su novio, ya que éste entraba a un Templo por tres meses para ser monje y no la iba a poder tocar hasta septiembre. Sí, Um tiene novio!  Sí, el novio de Um se hizo monje! Y sí, no se iban a poder tocar por 3 meses!!!

En una semana había escuchado demasiadas veces acerca de una celebración budista que cada vez me atraía más. Entonces recurrí como siempre a mi Chapulin colorado Nice.  Mi mejor amiga tailandesa se mostró  encantada de escuchar sobre mi interés en este tipo de celebraciones y me hizo un prólogo de lo que podría ver.

Me explicó que efectivamente los monjes no pueden tocar a las mujeres, que sólo comen una vez al día, que tener un monje en la familia da mucho prestigio y que uno puede ser monje durante un período determinado, aunque el mínimo de estancia es de tres meses. Durante esos tres meses, los monjes deben vivir con lo puesto y muchas familias ahorran para que sus hijos puedan entrar a los templos. Muchos monjes aprovechan a comenzar su enseñanza por estas épocas, como el novio de Um, porque aprovechan la sabiduría de los monjes más viejos. Me explicó también que era una celebración para mantenernos protegidos de los malos espíritus y que me recomendaba fervientemente el 22 y 23 de julio acercarme a un Templo.

El 22 de Julio me preparé, con cámara en mano, para celebrar el Asalabucha day, el día antes de la Cuaresma, por el que se conmemora el primer sermón de Buda a sus 5 discípulos. Según información de Nice, a las 8 pm los monjes darían un sermón y luego se harían una serie de ofrendas florales. Veríamos el Vien Tien, 3 vueltas alrededor del Templo con velas encendidas. Con esta información fresquita en el móvil, quedamos con Agus juntarnos en los dos templos budistas más cercano. Ni la lluvia exagerada, ni dos enanos dormidos podían frenar las ganas de una buena foto y de una experiencia budista. Lo único que nos pudo frenar fue la oscuridad de los templos cerrados y una suposición de que efectivamente el budismo también está perdiendo adeptos como la iglesia católica. Tal vez les vendría bien un Buda argentino…

Pero la frustración me duró sólo lo necesario como para seguir insistiendo al otro día. Esta vez los pelos y señales que me había pasado Nice eran entre las 10 y las 12 AM en un Templo al que podría llegar caminando. Mi misión consistía en comprar una ofrenda para los monjes que contara con frutas, comida e incluso pasta de dientes y hasta toallas. Me advirtió Nice que sería fácil distinguirla ya que vendría envuelta en un papel naranja y que en el mismísimo supermercado podría conseguirla. Además, debía encontrar una vela amarilla y grande.

 Por suerte no tuve que ir hasta el supermercado porque justo enfrente del Templo había una tiendecita improvisada con la vendedora tailandesa más simpática de Bang Tao. Supongo que Ian todo transpirado y Mila dormida en la mochilita fueron una buena estrategia para que la mujer se apiadara de mí y me terminara de explicar lo que tenía que hacer: “Debes ir aquí en frente, darle la ofrenda y la vela al monje, él te tirará agua sagrada y seguramente le pondrá una pulsera “bendecida” al niño.”  Me ayudó a cruzar y me tomé 5 minutos para rogarle a Ian en nombre de Buda que no le dijera que no al monje cuando quisiera ponerle la pulserita. Su respuesta fue “mamá no quiero una pulserita” por lo que prometí a Francisco I que si no pasaba vergüenza, tal vez me convertiría a alguna religión.

Llegar al Templo no fue fácil ya que estaba arriba de una colina. En el camino nos cruzamos una especie de tienda improvisada bajo una carpa, donde se veían ofrendas florales, una serie de canastas como la que llevaba yo y una especia de ollas con agua con inscripciones en tailandés y una figura de buda que las encabezaba. Imaginé que sería otra venta de souvenirs.

Subimos las escaleras y nos cruzamos con un mini templo donde predominaba una figura de buda rodeada de inciensos. Concluí que no era el lugar ya que no nos esperaba ningún monje. De camino al siguiente templo, descubrimos un refugio de monjes viejos descansando. Tampoco era el lugar ya que esta vez teníamos a los monjes pero no al templo. Les pregunte con señas cómo se llegaba al templo y su respuesta fue OK. Decidí seguir el camino pero algo me decía que estábamos cerca…frío, frío, frío. Estábamos cerca del Templo, sí, pero el templo para nuestra sorpresa estaba cerrado!! Definitivamente el Buda, además de ser argentino, iba a tener que convertirse en franciscano para aumentar a los adeptos.


Era mi segundo fracaso en dos días de búsqueda budista. Pero aún me quedaba la ofrenda en la mano y mi vela amarilla. Decidí que la opción de monjes sin Templo tampoco me sonaba tan mal así que me acerqué a ellos, los desperté y con señas nuevamente les dije que les daba mi ofrenda. Su respuesta fue OK. No hubo ni agua, ni vela encendida, ni pulsera, ni plegaria pero sí una foto de los tres monjes más monos que me he cruzado.

Cuando comenzamos a bajar para volver a casa, poco a poco iba deshaciendo mis pasos e intentando pensar qué había ido mal. Mientras Ian se agachaba a darle un beso a un caracol, caí en la cuenta que aquella carpa que habíamos traspasado al principio de venta de souvenirs y ofrendas de repente estaba llena de gente y de monjes. Claroooo, era la sucursal del Templo, 5 metros más abajo!!Cómo podía imaginar que el templo podía haber sido reemplazado por una carpa y un pequeño altar con telas de colores fosforescentes. Me imagino los tailandeses mirándome pasar y pensando, a dónde va esta guiri!

Al fin y al cabo, mi ofrenda estaba en manos de los monjes y al menos no me tendré que convertir a ninguna religión ya que no pasé vergüenza alguna. Lo más gracioso fue que cuando nos estábamos volviendo  Ian me preguntó “Mami, y mi pulserita?!” 

domingo, 21 de julio de 2013

En busca de los cocodrilos perdidos II

Si algo ha heredado nuestro hijo de sus padres definitivamente es nuestro tesón, una forma elegante de decir
que tengo un hijo que es un pesado. Nuestra primera búsqueda frustrada de los cocodrilos necesitaba de un to be continued , de lo contrario mi hijo nos desheredaría a nosotros.

El problema fue que en una de las conversaciones que tuvimos acerca de los cocodrilos me dijo: “Mamá, cuando vea un cocodrilo le voy a dar un besito”. Sabiendo que en el mundo de Ian eso es más que posible, justamente gracias a su tesón, decidimos hacer una búsqueda de cocodrilos controlados. ¿Y dónde terminamos? En el lugar más obvio del mundo: en el zoo.

Cuando nos dispusimos a buscar información sobre el zoológico más cercano,  en la web llovían críticas decepcionantes acerca del lugar. Pero pensamos: “Malditos ecologistas que colman las redes sociales! Si tenéis esa opinión, pues no ir a un zoológico”. Hasta que llegamos y nos volvimos unos malditos ecologistas.

Cuando llegamos nos recibieron un cocodrilo y una cocodrila de piedra y suspiramos de tranquilidad al saber que por fin estábamos en el lugar correcto. Cabe destacar que la cocodrila, esbelta toda ella y parada en dos pies, hacía topless. No sabemos la causa del mismo, pero asumimos que no era porque se había comido a una europea del mediterráneo. O eso esperamos…

Nada más llegar, nos topamos con lo que las malas lenguas nos habían advertido: el tigre drogado. Junto a él, o mejor dicho encima de él, una pareja que rebalsaba de americanismo del norte por sus poros y sus cabellos platinados. El tigre yacía como Kate Moss en su mejor momento y se dedicaba a poner esa cara entrenada de foto para que en la postal que llegue a Oregon o Arizona se vea lo más bonito posible, disimulando su estado.

Entendimos que ese no era un espectáculo digno de ver por Ian y apuramos el paso para llegar a lo que era el objetivo del día: ver los cocodrilos. No nos llevó mucho encontrarlos. Tardamos varios minutos en distinguir si eran de piedra o de carne y hueso. La única pista que nos condujo a la verdad fue que uno de ellos yacía con la boca abierta, como esperando que le cayera un mosquito o una pierna adentro y, de repente al darnos vuelta, estaba con la boca cerrada.

Es toda una experiencia ver cocodrilos. Yacían hacinados unos sobre otros como conformando una moqueta de cuero, completamente inmóviles. De vez en cuando, alguno se levantaba en posición de flexiones y se sumergía en el agua, solamente dejando ver la punta de su hocico, trompa, boca, pico o como se llame. Su estado de tranquilidad y aletargamiento nada tiene que ver con los 270 kilos de fuerza a la que puede llegar su mordida.

Si bien no fue uno de mis paisajes favoritos (lejos está del lelefante), Ian parecía comerse todo con los ojos. Lo gracioso fue que después de ver los primeros cocodrilos, nos topamos con ellos al menos cinco veces más. ¡Cocodrilos everywhere!

Después de saludar a cada uno de los cocodrilos que nos cruzamos, empezamos a notar que el zoológico también tenía otros animales. Gran sorpresa nos llevamos al ver a las palomas y las cabras como exóticas atracciones del lugar. Lo que son las diferencias culturales. Finalmente nos cruzamos con dos monos. Bueno era un mono y su fotógrafo (Nota: Por favor, ver la foto para más claridad). Por algo está comprobado que de ellos venimos.

Al final del paseo, que no duró más que lo que tardamos en avistar a los cocodrilos, Ian estaba feliz de la vida. Por fin habíamos visto lo que había que ver en Tailandia.

-    Ian, ¿qué fue lo que más te gustó?
-    La cárcel de los cocodrilos, mamá.

Ahí fue cuando me dí cuenta que mi hijo lo había entendido todo.





domingo, 14 de julio de 2013

Lo posible

En el año 2004, la costa de Phuket sufrió el tan conocido tsunami provocado por un terremoto que se
originó en Banda Aceh, Indonesia. Fue un tsunami  que sorprendió a la mayor parte de la gente celebrando sus navidades.

Cuando llegamos a Phuket, sabíamos que estábamos en tsunamis hazard zone y como todo el mundo no paraba de decirnos “No se preocupen, no se repetirá. Por probabilidades es imposible que vuelva a pasar en el mismo lugar”,  nunca fue un ítem a tener en cuenta en nuestro plan de viajes.

Tan tranquilos estábamos, que  a mi marido se le ocurrió la brillante idea de ver la película “Lo Imposible”. No sé si pecamos de morbosos o masoquista,  pero esa noche nuestra sensibilidad  bajó a tales niveles que el soplo del viento y la lluvia fueron suficiente causa  para que Agus se despertara con la sensación de que el edificio se había movido y yo con la idea que se aproximaba un tornado.  De más está decir que ni uno ni otro teníamos razón porque lo único que habíamos sentido era el famoso moonzon, tan típico por estas fechas. Así que nos relajamos y dejamos de ilusionarnos con la idea de que él era Ewan McGregor y yo Naomi Watts.

Unas semanas después, en una de nuestras recorridas de reconocimiento por el barrio, nos topamos con un cartel muy cerca de casa con la siguiente inscripción “Tsunami evacuation route. 3 km”. El cartel no me llamó tanto la atención por su inscripción como por lo atractivo de su gráfica. Mi primera reacción fue reírme ya que, como muchos de vosotros, pensaba que para el momento en que pudiera haber leído el cartel y respondido a él, seguramente el Tsunami ya nos habría pasado por encima. Sin embargo, se me activó la luz de la lucidez por un rato y pensé que definitivamente habría un plan de evacuación del cuál nosotros no teníamos ni idea.

Al tercer cartel que encontré del estilo decidí que era hora de preguntarle a Nice. Y cuál fue la respuesta de Nice? RUN! Cómo que RUN, Nice? Yes, RUN. Ese fue el momento en que caí que el tsunami sí entraba en mi lista de temas a tener en cuenta, junto con los paraguas y los impermeables para el moonzon.

Entonces fue cuando me enteré que tenía que tener una mochila preparada con un recambio de ropa para todos, una linterna con la batería fuera, agua para Ian, los pasaportes y un estado olímpico como para correr cargando 20 kilos de niños y 5 de equipaje a lo largo de 3 kilómetros. También supe que escucharía por los altorparlantes ubicados a lo largo de la isla, un sonido completamente reconocible y que en realidad lo más seguro era salir corriendo cuando todos los pájaros vuelen y todos los perros ladren, al mismo tiempo. Y por último, que nunca, nunca me debía subir a un coche.

Supongo que mi cara atónita no fue suficiente, porque Nice me siguió contando que en el 2012 había habido una alerta de Tsunami por un terremoto en Birmania y que mucha gente se había ido a vivir a los hills durante meses, por si los mosquitos. Pero intentó tranquilizarme diciéndome que no me preocupara, que el tsunami de aquí había sido sólo de 2 metros. Calculando mi 1,60 + 98 de Ian + 55 de Mila creo que haciendo un casteller, tal vez tendríamos opción de salvar a los enanos.

Por suerte Khun Um echó un poco de agua fría al tema contándome que la zona de Bang Tao no había sido mayormente afectada ya que estamos en una Bahía y que lo peor lo había sufrido  Patong y Phi Phi.

Mi instinto ante la situación me llevó a investigar un poco más sobre el tema y al no poder cumplir ni uno de los requisitos que proponían (vivir a más de 30 mts de altura, a más de 3 kilómetros del mar y no tardar más de 15 minutos hasta la zona de evacuación) decidí entonces  salir a explorar el camino a la salvación. Lo convencí a Ian de ser un explorador y que con su mapa (el del metro de Bangkok) encontraríamos nuevos caminos para jugar.

Seguí la señalización, identifiqué los altavoces, aprendí a decir “Cómo estas” en tailandés gracias a un vecino amigo, encontré una tienda de ropa con cosas muy lindas y hasta un minimarket con helados! Nunca llegué al refugio porque hacía mucho calor, pero lo más próximo que estuvimos de él fue a 500 metros.

Eso sí, si algo es seguro es que si hacemos el camino hacia la salvación algún día, ropa y helados no nos van a faltar. Y también vamos a poder preguntar cómo están en tailandés! Nada más necesario para esos momentos de pánico!






martes, 9 de julio de 2013

The Beach

Ko Phi Phi queda a 4993 km de Dubai, 9384 km de Río de Janeiro, 10636 km de Reikavik y 16406 km de Mexico City y a 2 horas de Phuket. Es una isla que podría haber sido un paraíso desierto si Danny Boyle no la hubiera hecho protagonista de su película The Beach (La Playa), teniendo la brillante idea de incluir a Leonardo Di Caprio entre sus actores. Desde aquel año 2000, Phi Phi no para de recibir turista de todos los tipos, colores y sabores, que buscan la famosa comunidad hippie que Di Caprio protagonizó en aquel entonces.

Cuando Agus me dijo que quería pasar su cumpleaños allí, no fue tanto la cantidad de turistas lo que me hizo dudar de la travesía sino el saber que había sido una de las zonas más afectadas por el tsunami ya que por su tamaño y ubicación resultaba más que vulnerable para cualquier tipo de siniestro mínimamente controlable. Pero al llegar allí me di cuenta que mi temor por el tsunami iba a ser el menor de mis problemas…

La travesía comenzó con una hora y media de barco donde una vez arriba te repartían unas bolsas de supermercado con la que se adivina la intención. Nos vamos a mover mucho, pensé. Mal presagio de un viaje si lo primero que te dan es la bolsa de vómito, que encima de todo es transparente. Lo que significa que si no la usas por el movimiento de las olas la usas por el asco de ver a alguien usándola. En fin, que quién nos salvó la vida fue James Cameron y su peli Avatar – quién lo diría- que logró durante todo el viaje mantener la vista fija en un punto y así no marearnos demasiado y no prestar demasiada atención a nuestro alrededor.

Llegar a la Isla de Phi Phi es realmente impactante. Tanto, que terminas dándole las gracias a Danny Boyle por haberla descubierto. Es, sin duda alguna, uno de los mares más turquesas que tuve la suerte de ver en mi vida. El paisaje, todo él, es propiamente un escenario de película. Es increíblemente hermosa. Llegamos a la isla y bajamos junto a la manada de chinos que también habían visto la película.

Llegamos al hotel y nos dimos cuenta que los tailandeses, además de ser unos artistas de la copia (copia de carteras, de camisetas de marca, de tecnología) son unos artistas sacando fotos. Las sospechas de que este hotel tan hermoso era dudosamente barato tenía una sola explicación: todas las fotos de la web eran de noche! Clarooo, de noche en Tailandia todo parece más bonito! Pero como las vistas de nuestra habitación eran incopiables e imperturbables, aun así valía la pena. Por supuesto que cuando llegamos, la primera noche ya estaba cobrada en la tarjeta de crédito hacía días y la segunda nos la cobraron en el momento. No sé por qué, los tailandeses tienen esa rara sensación de que los vamos a engañar cuando ellos son los reyes del mambo en engaño.

Lo primero que hicimos fue cruzar a la playa (así de bien ubicados estábamos). La playa superaba las vistas desde nuestra ventana aunque se vieron algo perturbadas por esos paraguas exquisitamente chinos que cubrían aquellas blancuras exquisitamente chinas cubiertas de flores por doquier.

Al día siguiente ya estábamos preparados para hacer lo que se supone que hay que hacer en Phi Phi: ir a The Beach. Manejamos varias opciones pero nos quedamos con la más cómoda para una familia con hijos. El regateo para subirnos a una barca tradicional que nos lleve durante 3 horas a Maya Beach (The Beach) fue relativamente rápido y fácil. Pensamos que podría ser porque Tailandia ya está a nuestros pies...pero nada más lejos de eso.


Llegamos a la barca puramente tailandesa y debo decir que me centré en lo admirable que era que un vehículo de ese estilo pudiera tener en su techo de tela un panel solar. Tan centrada estaba en mi asombro de ver combinar la precariedad con las nuevas tecnologías que no me percaté del estado del resto de la barca. Con sólo mirar la batería se podía adivinar que los paneles solares definitivamente eran un show off. Algo así como una atracción para estos europeos ecologistas que se quejan de la basura que tiramos y no se dan cuenta que de esa forma le sacan el trabajo a los basureros.

La barca nunca arrancó, aun robándole la batería a su vecina. Para ese entonces nuestros razonamientos andaban por los caminos del “y si arranca finalmente y después nos quedamos varados en Maya Beach”. Ya no tenemos edad para andar buscando la comunidad hippie de Di Caprio! Cuando atinamos a irnos, nuestro amigo el “barquero” nos invitó a cambiarnos de barca y viajar con su compañero. La misma barca a la que le había robado la batería. Rogamos al padre Buda que no nos hundiéramos en el centro del océano y a pesar de todo lo poco religiosos que somos parece que aún se escuchan algunos de nuestras plegarias.

El viaje en barca tradicional es una experiencia que hay que vivir. Más allá de la sensación de estar al borde de lo prehistórico, las cosas se ven con mayor naturalidad. De hecho era como que la naturaleza nos pasaba por encima. Los colores del paisaje eran inigualables: el turquesa del mar, el verde agua de las plantas que cubrían las piedras, el negro y amarillo de las mariposas más hermosa que me he topado, la gran cantidad de naranjas fosforescentes de...el naranja fosforescente de…aahh perdón, esos son chinos con salvavidas haciendo snorkel! Y sí, hay que empezar a admitirlo, los chinos ya son parte del paisaje.

Maya Beach fue lo menos impresionante que vimos en nuestro pequeño paseo en barca. No sé si fue por la decepción de ver la basura a la orilla del mar o por pensar que en esas playas estuvo DiCaprio. Pero por todo lo demás, el viaje valió la pena, incluso a pesar de los chinos.

Cuando estábamos sacando estas conclusiones sólo había pasado una hora y media y nuestro piloto ya se quería volver. Le advertimos de nuestro trato con su compañero. “3 hours, 1200 bths”.  A pesar de eso comenzamos nuestra retirada para completar las 2 horas que para nosotros habían sido más que suficientes. A la hora de pagar, obviamente nuestro precio era menor porque eran menos horas. Y ahí fue cuando Agus terminó en la policía. No se preocupen tan rápido que solo fue por propia voluntad. Ambos partícipes del pleito hicieron al policía de la isla juez de la disputa.  Esta vez las artimañas tailandesas no se salieron con la suya porque lo que pudo ser un 2 horas x 1500 terminó siendo un 2 horas x 1000. ¡¡¡Agus 1, tailandeses 0!!! Bueno, al menos este mes de Julio que recién empieza.

Por lo demás, debemos decir que fueron unas mini vacaciones para envidiar y que, a pesar de los chinos, Phi Phi es uno de los paraísos que solían estar perdidos y por suerte Danny Boyle lo encontró. 
Y nosotros también!



jueves, 4 de julio de 2013

Mi segundo gran Bangkok

Mis recuerdos de Bangkok se remontaban a 9 años atrás cuando pisamos por primera vez Asia con veintitantos años y una mirada virgen de esta parte del mundo, que nada tiene que ver con occidente. No sé por qué, creí que los ojos de mis treintipico y mi segunda vez en la ciudad no podrían asombrarme más de lo que se asombra uno con el cuarto gran amor de su vida. Sin embargo, he de confesar que Bangkok me maravilló mucho más que la primera vez.

El viaje a Bangkok surgió imprevistamente, reemplazando los planes de playa del fin de semana. De tan imprevisto que era no tuvimos hotel reservado hasta la noche anterior al viaje. Pero a pesar de eso, generaba en nosotros grandes expectativas por dos motivos: volver a una gran ciudad después de 1 mes entero en un pueblo de una isla y encontrarnos con Viqui que llegaba con la mochila al hombro para empezar su gran viaje por estas tierras.

En Bangkok nos recibió el tráfico y con él nuestros archienemigos los taxistas. Lo primero que escuchamos de ellos fue  “Go Hotel, 400 bths”, algo así como 10 euros, un precio ridículamente caro para Tailandia. Por supuesto que un mes y medio de piel curtida de tailandeses ayudaron a convencer a nuestro amigo Wanob Chantawon -o eso rezaba su licencia- que sólo nos subiríamos si usaba el taxímetro. Y sí, hasta su nombre nos advertía que Chantawon era propiamente un “chanta”, porque esos 400 bths que nos ahorraba generosamente por el famoso tráfico de la ciudad resultaron siendo unos 160 baths reales. Un chanta Chantawon.

Chantawon fue sólo el prólogo de lo que nos esperaba de nuestra futura relación con los taxistas.  Todos ellos reaccionaban a la primera con una cara de duda total sobre el destino que escogíamos, y  hablo de los lugares turísticos típicos a los que vamos todos. O se hacían los que no sabían porque nuestra palabra favorita era meter. Pero me inclino más por la opción de que para ser taxista en Bangkok el único requerimiento es tener un vehículo.

Cabe destacar el asombroso taxi/casa que nos tocó una noche. Paso a describirlo: altar sobre capot con buda incluido; ofrenda florar colgada del espejito; televisión con reality show tailandés encima de la botonera de aire acondicionado; iphone con altavoz estampado a la altura de los ojos y suponemos que nuestra vista no llegaba a ver la manguera que saldría debajo del asiento para no tener que frenar e ir al baño.

Pero Bangkok no se alimenta sólo de taxis. Por eso nuestro recorrido también incluyó una serie de viajes en metro, construido en las alturas, dando esa sensación de estar siempre en el límite de la ciudad, rodeados de rondas, circunvalaciones y panamericanas. Un metro lleno de escaleras mecánicas que dependiendo del día y la hora prefieren subir o bajar. Me imagino a los tailandeses con el calendario de horario de escaleras: “Esta mañana toca bajar”.

Caminamos y caminamos y nos cruzamos con costureras que sacan las máquinas de coser de la abuela a la calle y reciben a sus clientes en la mismísima acera; con banderas cruzadoras (crossing flags) que cuelgan a un lado de una especie de semáforo y sirven para estirarlas delante de uno mismo cuando se lanza en la terrible odisea de cruzar una calle en Bangkok; con una manifestación de Hare Krishna que repartían cacahuates en nombre de la alegría; con cucarachas en el restaurante del barrio chino; con un tren de los años 20 cruzando la avenida; con monjes en los Templos; con sol, con lluvia.

Comimos variedades tailandesas y pecamos de occidentales con algún Starbucks en el camino. Nos animamos a cenar en un tailandés del Bangkok profundo, por recomendación de un Israelí que encontramos en la calle, donde el buffet libre se calentaba en un fogón muy particular y el postre consistía en cremas de colores azules, verdes y negros que se combinan con manteca y pan. La comida cruda apestaba a chino y la mitad de los platos eran completamente desconocidos para nosotros. Todo esto, mientras mirábamos la novela tailandesa de moda!

Volvimos a los lugares icónicos de la ciudad: el Grand Palace, Wat Aron, el barrio chino, el barquito por el río, el mercado Chatuchak. Recorrimos la noche subiendo 62 pisos para ver la panorámica más fotografiada de la ciudad; terminamos el cumple de Agus en un bar ambientado en la China de los años 20. Nos subimos a un tuc tuc con los enanos, pedido a gritos por el propio Ian.

Finalmente, nos encontramos con el monje más simpático del mundo que ha logrado lo que no pudo la iglesia católica conmigo en más de 30 años: tirarme agua en la cabeza! En ese momento creí que estaba ante un bautismo encubierto en donde una simpatía y una posible foto habían bastado para poner fin a mi ateísmo y  por fin convertirme a una religión sin darme cuenta. Pero más tarde entendía que al final mi visión de las cosas es más cristiana de lo que pensaba porque el agua simplemente espantaba a los malos espíritus de mi alrededor y la pulsera me protegía de ellos. Creo que en el fondo hasta me decepcioné de no haberme convertido en budista con el agua en la cabeza.

Esto fue, sin más, mi segundo gran Bangkok. A ver qué me depara el tercero..