Dicen que los viajes improvisados son los
que mejor salen y este fue el caso de nuestra visita a Koh Samui. Cómo cuando
éramos jóvenes y las plazas del coche se limitaban a dos, nos animamos a salir
con un rumbo poco definido, sólo sabiendo que el destino final sería Koh Samui,
la tercera isla más grande de Tailandia. Lo que quedaba por en medio lo
destinamos a la sorpresa.
Arrancamos el viaje sabiendo que nos
quedaban aproximadamente 4 horas para acercarnos a la costa trampolín de la
isla. Dos nombres llevábamos anotados en la mano: Sura thani y Don Sak. El azar
haría el resto.
El viaje en coche fue un revival de las
rutas argentinas: esquivando pozos y comiéndonos alguno que otro, traspasando
camiones, evadiendo los coches que se animaban a recorrer el camino por la
dirección contraria. Lo único que nos recordaba todo el tiempo que estábamos en
Tailandia eran los “motocarros” típicos de estos pagos, que circulaban como si
fueran 4x 4 en el medio de la carretera a 2 km por hora. Agradecimos tener un
pasado de conductor peligroso en alguna parte del tercer mundo pues fue la
clave para sortear obstáculos en medio de la oscuridad más frondosa que
habíamos visto en este país.
Entonces, hablábamos del dibujo de cowboy,
un dibujo de estilo comic, con rasgos muy marcados cual estampa de John Wayne,
apuntándonos con una pistola. Supusimos que era algún héroe americano alabado
por los thais, aunque tenía un aire a Jesucristo. Lo curioso es que la imagen
se repetía en todos los camiones, probablemente porque es el dios protector de
los camioneros o cabe pensar que era el único motivo de “colita rutera” que
quedaba en el concesionario.
El segundo detalle fue que en todo el
trayecto que hicimos entre Phang nga y Surat thani no nos cruzamos ni con una
sola gasolinera. Otro hubiese sido la historia si no hubiésemos tenido el
tanque lleno.
Agus tuvo tiempo hasta de regatear el
precio de la habitación y cuando volvió al auto con esa sonrisa que ya conocemos, sabía que nos esperaba algo más allá del estadio “malo”. Pero no nos
importó porque lo único que deberíamos hacer en él era cerrar los ojos y
dormir. Salvo las hormigas en la cama, que por sorteo me tocaron a mí, y un
baño de cemento pero limpito, debo decir que nos terminamos encariñando tanto con
el papel higiénico en paneras de
plástico como con sus toallas dispuestas elegantemente en forma de flor.
Esa noche decidimos orientar al azar un poquito y
con 12 horas de anticipación reservamos un hotel con encanto en la
isla. Ante una preselección rápida nos declinamos por una oferta que
complementaba el ahorro que habíamos logrado en el Phupa Resort y nos dimos un
gustito.
El viaje en Ferry fue con coche incluido
y comenzó a primera hora de la mañana,
cuando las hormigas me dejaron de picar. El ferry se asimilaba a un barco
carguero, pero habían tenido la simpatía de pintar de colores aquellas partes
que estaban fuera de uso. Esta vez no hubo sobresaltos ni nada por el estilo,
aunque la peli Avatar de Phi Phi fue reemplazada por la Señora de Siemezuck
tailandesa que tenía una cocina digna de aquella época.
He de admitirlo, eso de orientar al azar
a veces está muy bien. Nuestro hotel, hasta donde veíamos, entraba dentro de
los límites de la perfección. Pero entonces llegó Agus de nuevo con su
sonrisita. ¿Qué paso? Nos “upgradeieron”. Traducido al español: nos mandaron a
bussiness. ¡Nuevamente el azar! O tal vez un bebe con posibilidades de molestar
a medio hotel, pero qué importa, si su intención era evitar nuestra aparición
pública, lo lograron.
Cuando la chica de la recepción, vestida
con un uniforme parecido al de la princesa Laia en Starwars, abrió la puerta de
la habitación apareció ante nosotros el paisaje más conmovedor de este pequeño
gran viaje. Tanto nos conmovió que no creímos necesario durante dos días tener
contacto alguno con cualquier otro tipo de realidad.
La alegría de tanta belleza nos duró 2
días y una noche, lo suficiente como para ser felices desde entonces y
felicitarnos una vez más por seguir improvisando y creyendo en el azar.
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