jueves, 25 de julio de 2013

La Curesma Budista

Cuenta la historia que en los inicios de los tiempos de Buda los monjes podían enseñar su filosofía a sus congregaciones a lo largo de todo el año. Muchos de ellos buscaban lugares lejanos para meditar y otros recorrían el camino para llegar a nuevas congregaciones. La época de lluvias era el momento de viajar, como también era el momento de sembrar arroz. Hete aquí que los granjeros se quejaron al Buda por los daños que los monjes hacían en sus siembras. El Buda decidió entonces que los monjes se quedarían en los templos mientras durara la estación de lluvias y que, por tanto, todos aquellos que quisieran meditar debían acercarse a los Templos. Desde ese entonces, cada 23 de Julio el mundo budista tailandés celebra su Lent Budist Day o la Cuaresma Budista.

Durante la Cuaresma Budista los monjes deben dormir siempre en el Templo, se dedican a meditar y los monjes mayores enseñan a los monjes más jóvenes el Dharma, algo así como la ley natural o las conductas adecuadas del budismo.

La primera vez que escuché sobre la cuaresma budista fue de la forma más banal posible: Agus me dijo que el 22 y el 23 eran fiesta y que podríamos viajar a algún lugar. Pero la felicidad de un posible viaje duró poco, sólo hasta el momento que nos advirtieron que era una fiesta budista y que lejos estábamos de las ropas naranjas y la cabeza rapada.

La segunda vez que escuché del caso, fue en boca de Um. Me comentó que un viernes no podría venir porque volaba al pueblo de su novio, ya que éste entraba a un Templo por tres meses para ser monje y no la iba a poder tocar hasta septiembre. Sí, Um tiene novio!  Sí, el novio de Um se hizo monje! Y sí, no se iban a poder tocar por 3 meses!!!

En una semana había escuchado demasiadas veces acerca de una celebración budista que cada vez me atraía más. Entonces recurrí como siempre a mi Chapulin colorado Nice.  Mi mejor amiga tailandesa se mostró  encantada de escuchar sobre mi interés en este tipo de celebraciones y me hizo un prólogo de lo que podría ver.

Me explicó que efectivamente los monjes no pueden tocar a las mujeres, que sólo comen una vez al día, que tener un monje en la familia da mucho prestigio y que uno puede ser monje durante un período determinado, aunque el mínimo de estancia es de tres meses. Durante esos tres meses, los monjes deben vivir con lo puesto y muchas familias ahorran para que sus hijos puedan entrar a los templos. Muchos monjes aprovechan a comenzar su enseñanza por estas épocas, como el novio de Um, porque aprovechan la sabiduría de los monjes más viejos. Me explicó también que era una celebración para mantenernos protegidos de los malos espíritus y que me recomendaba fervientemente el 22 y 23 de julio acercarme a un Templo.

El 22 de Julio me preparé, con cámara en mano, para celebrar el Asalabucha day, el día antes de la Cuaresma, por el que se conmemora el primer sermón de Buda a sus 5 discípulos. Según información de Nice, a las 8 pm los monjes darían un sermón y luego se harían una serie de ofrendas florales. Veríamos el Vien Tien, 3 vueltas alrededor del Templo con velas encendidas. Con esta información fresquita en el móvil, quedamos con Agus juntarnos en los dos templos budistas más cercano. Ni la lluvia exagerada, ni dos enanos dormidos podían frenar las ganas de una buena foto y de una experiencia budista. Lo único que nos pudo frenar fue la oscuridad de los templos cerrados y una suposición de que efectivamente el budismo también está perdiendo adeptos como la iglesia católica. Tal vez les vendría bien un Buda argentino…

Pero la frustración me duró sólo lo necesario como para seguir insistiendo al otro día. Esta vez los pelos y señales que me había pasado Nice eran entre las 10 y las 12 AM en un Templo al que podría llegar caminando. Mi misión consistía en comprar una ofrenda para los monjes que contara con frutas, comida e incluso pasta de dientes y hasta toallas. Me advirtió Nice que sería fácil distinguirla ya que vendría envuelta en un papel naranja y que en el mismísimo supermercado podría conseguirla. Además, debía encontrar una vela amarilla y grande.

 Por suerte no tuve que ir hasta el supermercado porque justo enfrente del Templo había una tiendecita improvisada con la vendedora tailandesa más simpática de Bang Tao. Supongo que Ian todo transpirado y Mila dormida en la mochilita fueron una buena estrategia para que la mujer se apiadara de mí y me terminara de explicar lo que tenía que hacer: “Debes ir aquí en frente, darle la ofrenda y la vela al monje, él te tirará agua sagrada y seguramente le pondrá una pulsera “bendecida” al niño.”  Me ayudó a cruzar y me tomé 5 minutos para rogarle a Ian en nombre de Buda que no le dijera que no al monje cuando quisiera ponerle la pulserita. Su respuesta fue “mamá no quiero una pulserita” por lo que prometí a Francisco I que si no pasaba vergüenza, tal vez me convertiría a alguna religión.

Llegar al Templo no fue fácil ya que estaba arriba de una colina. En el camino nos cruzamos una especie de tienda improvisada bajo una carpa, donde se veían ofrendas florales, una serie de canastas como la que llevaba yo y una especia de ollas con agua con inscripciones en tailandés y una figura de buda que las encabezaba. Imaginé que sería otra venta de souvenirs.

Subimos las escaleras y nos cruzamos con un mini templo donde predominaba una figura de buda rodeada de inciensos. Concluí que no era el lugar ya que no nos esperaba ningún monje. De camino al siguiente templo, descubrimos un refugio de monjes viejos descansando. Tampoco era el lugar ya que esta vez teníamos a los monjes pero no al templo. Les pregunte con señas cómo se llegaba al templo y su respuesta fue OK. Decidí seguir el camino pero algo me decía que estábamos cerca…frío, frío, frío. Estábamos cerca del Templo, sí, pero el templo para nuestra sorpresa estaba cerrado!! Definitivamente el Buda, además de ser argentino, iba a tener que convertirse en franciscano para aumentar a los adeptos.


Era mi segundo fracaso en dos días de búsqueda budista. Pero aún me quedaba la ofrenda en la mano y mi vela amarilla. Decidí que la opción de monjes sin Templo tampoco me sonaba tan mal así que me acerqué a ellos, los desperté y con señas nuevamente les dije que les daba mi ofrenda. Su respuesta fue OK. No hubo ni agua, ni vela encendida, ni pulsera, ni plegaria pero sí una foto de los tres monjes más monos que me he cruzado.

Cuando comenzamos a bajar para volver a casa, poco a poco iba deshaciendo mis pasos e intentando pensar qué había ido mal. Mientras Ian se agachaba a darle un beso a un caracol, caí en la cuenta que aquella carpa que habíamos traspasado al principio de venta de souvenirs y ofrendas de repente estaba llena de gente y de monjes. Claroooo, era la sucursal del Templo, 5 metros más abajo!!Cómo podía imaginar que el templo podía haber sido reemplazado por una carpa y un pequeño altar con telas de colores fosforescentes. Me imagino los tailandeses mirándome pasar y pensando, a dónde va esta guiri!

Al fin y al cabo, mi ofrenda estaba en manos de los monjes y al menos no me tendré que convertir a ninguna religión ya que no pasé vergüenza alguna. Lo más gracioso fue que cuando nos estábamos volviendo  Ian me preguntó “Mami, y mi pulserita?!” 

domingo, 21 de julio de 2013

En busca de los cocodrilos perdidos II

Si algo ha heredado nuestro hijo de sus padres definitivamente es nuestro tesón, una forma elegante de decir
que tengo un hijo que es un pesado. Nuestra primera búsqueda frustrada de los cocodrilos necesitaba de un to be continued , de lo contrario mi hijo nos desheredaría a nosotros.

El problema fue que en una de las conversaciones que tuvimos acerca de los cocodrilos me dijo: “Mamá, cuando vea un cocodrilo le voy a dar un besito”. Sabiendo que en el mundo de Ian eso es más que posible, justamente gracias a su tesón, decidimos hacer una búsqueda de cocodrilos controlados. ¿Y dónde terminamos? En el lugar más obvio del mundo: en el zoo.

Cuando nos dispusimos a buscar información sobre el zoológico más cercano,  en la web llovían críticas decepcionantes acerca del lugar. Pero pensamos: “Malditos ecologistas que colman las redes sociales! Si tenéis esa opinión, pues no ir a un zoológico”. Hasta que llegamos y nos volvimos unos malditos ecologistas.

Cuando llegamos nos recibieron un cocodrilo y una cocodrila de piedra y suspiramos de tranquilidad al saber que por fin estábamos en el lugar correcto. Cabe destacar que la cocodrila, esbelta toda ella y parada en dos pies, hacía topless. No sabemos la causa del mismo, pero asumimos que no era porque se había comido a una europea del mediterráneo. O eso esperamos…

Nada más llegar, nos topamos con lo que las malas lenguas nos habían advertido: el tigre drogado. Junto a él, o mejor dicho encima de él, una pareja que rebalsaba de americanismo del norte por sus poros y sus cabellos platinados. El tigre yacía como Kate Moss en su mejor momento y se dedicaba a poner esa cara entrenada de foto para que en la postal que llegue a Oregon o Arizona se vea lo más bonito posible, disimulando su estado.

Entendimos que ese no era un espectáculo digno de ver por Ian y apuramos el paso para llegar a lo que era el objetivo del día: ver los cocodrilos. No nos llevó mucho encontrarlos. Tardamos varios minutos en distinguir si eran de piedra o de carne y hueso. La única pista que nos condujo a la verdad fue que uno de ellos yacía con la boca abierta, como esperando que le cayera un mosquito o una pierna adentro y, de repente al darnos vuelta, estaba con la boca cerrada.

Es toda una experiencia ver cocodrilos. Yacían hacinados unos sobre otros como conformando una moqueta de cuero, completamente inmóviles. De vez en cuando, alguno se levantaba en posición de flexiones y se sumergía en el agua, solamente dejando ver la punta de su hocico, trompa, boca, pico o como se llame. Su estado de tranquilidad y aletargamiento nada tiene que ver con los 270 kilos de fuerza a la que puede llegar su mordida.

Si bien no fue uno de mis paisajes favoritos (lejos está del lelefante), Ian parecía comerse todo con los ojos. Lo gracioso fue que después de ver los primeros cocodrilos, nos topamos con ellos al menos cinco veces más. ¡Cocodrilos everywhere!

Después de saludar a cada uno de los cocodrilos que nos cruzamos, empezamos a notar que el zoológico también tenía otros animales. Gran sorpresa nos llevamos al ver a las palomas y las cabras como exóticas atracciones del lugar. Lo que son las diferencias culturales. Finalmente nos cruzamos con dos monos. Bueno era un mono y su fotógrafo (Nota: Por favor, ver la foto para más claridad). Por algo está comprobado que de ellos venimos.

Al final del paseo, que no duró más que lo que tardamos en avistar a los cocodrilos, Ian estaba feliz de la vida. Por fin habíamos visto lo que había que ver en Tailandia.

-    Ian, ¿qué fue lo que más te gustó?
-    La cárcel de los cocodrilos, mamá.

Ahí fue cuando me dí cuenta que mi hijo lo había entendido todo.





domingo, 14 de julio de 2013

Lo posible

En el año 2004, la costa de Phuket sufrió el tan conocido tsunami provocado por un terremoto que se
originó en Banda Aceh, Indonesia. Fue un tsunami  que sorprendió a la mayor parte de la gente celebrando sus navidades.

Cuando llegamos a Phuket, sabíamos que estábamos en tsunamis hazard zone y como todo el mundo no paraba de decirnos “No se preocupen, no se repetirá. Por probabilidades es imposible que vuelva a pasar en el mismo lugar”,  nunca fue un ítem a tener en cuenta en nuestro plan de viajes.

Tan tranquilos estábamos, que  a mi marido se le ocurrió la brillante idea de ver la película “Lo Imposible”. No sé si pecamos de morbosos o masoquista,  pero esa noche nuestra sensibilidad  bajó a tales niveles que el soplo del viento y la lluvia fueron suficiente causa  para que Agus se despertara con la sensación de que el edificio se había movido y yo con la idea que se aproximaba un tornado.  De más está decir que ni uno ni otro teníamos razón porque lo único que habíamos sentido era el famoso moonzon, tan típico por estas fechas. Así que nos relajamos y dejamos de ilusionarnos con la idea de que él era Ewan McGregor y yo Naomi Watts.

Unas semanas después, en una de nuestras recorridas de reconocimiento por el barrio, nos topamos con un cartel muy cerca de casa con la siguiente inscripción “Tsunami evacuation route. 3 km”. El cartel no me llamó tanto la atención por su inscripción como por lo atractivo de su gráfica. Mi primera reacción fue reírme ya que, como muchos de vosotros, pensaba que para el momento en que pudiera haber leído el cartel y respondido a él, seguramente el Tsunami ya nos habría pasado por encima. Sin embargo, se me activó la luz de la lucidez por un rato y pensé que definitivamente habría un plan de evacuación del cuál nosotros no teníamos ni idea.

Al tercer cartel que encontré del estilo decidí que era hora de preguntarle a Nice. Y cuál fue la respuesta de Nice? RUN! Cómo que RUN, Nice? Yes, RUN. Ese fue el momento en que caí que el tsunami sí entraba en mi lista de temas a tener en cuenta, junto con los paraguas y los impermeables para el moonzon.

Entonces fue cuando me enteré que tenía que tener una mochila preparada con un recambio de ropa para todos, una linterna con la batería fuera, agua para Ian, los pasaportes y un estado olímpico como para correr cargando 20 kilos de niños y 5 de equipaje a lo largo de 3 kilómetros. También supe que escucharía por los altorparlantes ubicados a lo largo de la isla, un sonido completamente reconocible y que en realidad lo más seguro era salir corriendo cuando todos los pájaros vuelen y todos los perros ladren, al mismo tiempo. Y por último, que nunca, nunca me debía subir a un coche.

Supongo que mi cara atónita no fue suficiente, porque Nice me siguió contando que en el 2012 había habido una alerta de Tsunami por un terremoto en Birmania y que mucha gente se había ido a vivir a los hills durante meses, por si los mosquitos. Pero intentó tranquilizarme diciéndome que no me preocupara, que el tsunami de aquí había sido sólo de 2 metros. Calculando mi 1,60 + 98 de Ian + 55 de Mila creo que haciendo un casteller, tal vez tendríamos opción de salvar a los enanos.

Por suerte Khun Um echó un poco de agua fría al tema contándome que la zona de Bang Tao no había sido mayormente afectada ya que estamos en una Bahía y que lo peor lo había sufrido  Patong y Phi Phi.

Mi instinto ante la situación me llevó a investigar un poco más sobre el tema y al no poder cumplir ni uno de los requisitos que proponían (vivir a más de 30 mts de altura, a más de 3 kilómetros del mar y no tardar más de 15 minutos hasta la zona de evacuación) decidí entonces  salir a explorar el camino a la salvación. Lo convencí a Ian de ser un explorador y que con su mapa (el del metro de Bangkok) encontraríamos nuevos caminos para jugar.

Seguí la señalización, identifiqué los altavoces, aprendí a decir “Cómo estas” en tailandés gracias a un vecino amigo, encontré una tienda de ropa con cosas muy lindas y hasta un minimarket con helados! Nunca llegué al refugio porque hacía mucho calor, pero lo más próximo que estuvimos de él fue a 500 metros.

Eso sí, si algo es seguro es que si hacemos el camino hacia la salvación algún día, ropa y helados no nos van a faltar. Y también vamos a poder preguntar cómo están en tailandés! Nada más necesario para esos momentos de pánico!






martes, 9 de julio de 2013

The Beach

Ko Phi Phi queda a 4993 km de Dubai, 9384 km de Río de Janeiro, 10636 km de Reikavik y 16406 km de Mexico City y a 2 horas de Phuket. Es una isla que podría haber sido un paraíso desierto si Danny Boyle no la hubiera hecho protagonista de su película The Beach (La Playa), teniendo la brillante idea de incluir a Leonardo Di Caprio entre sus actores. Desde aquel año 2000, Phi Phi no para de recibir turista de todos los tipos, colores y sabores, que buscan la famosa comunidad hippie que Di Caprio protagonizó en aquel entonces.

Cuando Agus me dijo que quería pasar su cumpleaños allí, no fue tanto la cantidad de turistas lo que me hizo dudar de la travesía sino el saber que había sido una de las zonas más afectadas por el tsunami ya que por su tamaño y ubicación resultaba más que vulnerable para cualquier tipo de siniestro mínimamente controlable. Pero al llegar allí me di cuenta que mi temor por el tsunami iba a ser el menor de mis problemas…

La travesía comenzó con una hora y media de barco donde una vez arriba te repartían unas bolsas de supermercado con la que se adivina la intención. Nos vamos a mover mucho, pensé. Mal presagio de un viaje si lo primero que te dan es la bolsa de vómito, que encima de todo es transparente. Lo que significa que si no la usas por el movimiento de las olas la usas por el asco de ver a alguien usándola. En fin, que quién nos salvó la vida fue James Cameron y su peli Avatar – quién lo diría- que logró durante todo el viaje mantener la vista fija en un punto y así no marearnos demasiado y no prestar demasiada atención a nuestro alrededor.

Llegar a la Isla de Phi Phi es realmente impactante. Tanto, que terminas dándole las gracias a Danny Boyle por haberla descubierto. Es, sin duda alguna, uno de los mares más turquesas que tuve la suerte de ver en mi vida. El paisaje, todo él, es propiamente un escenario de película. Es increíblemente hermosa. Llegamos a la isla y bajamos junto a la manada de chinos que también habían visto la película.

Llegamos al hotel y nos dimos cuenta que los tailandeses, además de ser unos artistas de la copia (copia de carteras, de camisetas de marca, de tecnología) son unos artistas sacando fotos. Las sospechas de que este hotel tan hermoso era dudosamente barato tenía una sola explicación: todas las fotos de la web eran de noche! Clarooo, de noche en Tailandia todo parece más bonito! Pero como las vistas de nuestra habitación eran incopiables e imperturbables, aun así valía la pena. Por supuesto que cuando llegamos, la primera noche ya estaba cobrada en la tarjeta de crédito hacía días y la segunda nos la cobraron en el momento. No sé por qué, los tailandeses tienen esa rara sensación de que los vamos a engañar cuando ellos son los reyes del mambo en engaño.

Lo primero que hicimos fue cruzar a la playa (así de bien ubicados estábamos). La playa superaba las vistas desde nuestra ventana aunque se vieron algo perturbadas por esos paraguas exquisitamente chinos que cubrían aquellas blancuras exquisitamente chinas cubiertas de flores por doquier.

Al día siguiente ya estábamos preparados para hacer lo que se supone que hay que hacer en Phi Phi: ir a The Beach. Manejamos varias opciones pero nos quedamos con la más cómoda para una familia con hijos. El regateo para subirnos a una barca tradicional que nos lleve durante 3 horas a Maya Beach (The Beach) fue relativamente rápido y fácil. Pensamos que podría ser porque Tailandia ya está a nuestros pies...pero nada más lejos de eso.


Llegamos a la barca puramente tailandesa y debo decir que me centré en lo admirable que era que un vehículo de ese estilo pudiera tener en su techo de tela un panel solar. Tan centrada estaba en mi asombro de ver combinar la precariedad con las nuevas tecnologías que no me percaté del estado del resto de la barca. Con sólo mirar la batería se podía adivinar que los paneles solares definitivamente eran un show off. Algo así como una atracción para estos europeos ecologistas que se quejan de la basura que tiramos y no se dan cuenta que de esa forma le sacan el trabajo a los basureros.

La barca nunca arrancó, aun robándole la batería a su vecina. Para ese entonces nuestros razonamientos andaban por los caminos del “y si arranca finalmente y después nos quedamos varados en Maya Beach”. Ya no tenemos edad para andar buscando la comunidad hippie de Di Caprio! Cuando atinamos a irnos, nuestro amigo el “barquero” nos invitó a cambiarnos de barca y viajar con su compañero. La misma barca a la que le había robado la batería. Rogamos al padre Buda que no nos hundiéramos en el centro del océano y a pesar de todo lo poco religiosos que somos parece que aún se escuchan algunos de nuestras plegarias.

El viaje en barca tradicional es una experiencia que hay que vivir. Más allá de la sensación de estar al borde de lo prehistórico, las cosas se ven con mayor naturalidad. De hecho era como que la naturaleza nos pasaba por encima. Los colores del paisaje eran inigualables: el turquesa del mar, el verde agua de las plantas que cubrían las piedras, el negro y amarillo de las mariposas más hermosa que me he topado, la gran cantidad de naranjas fosforescentes de...el naranja fosforescente de…aahh perdón, esos son chinos con salvavidas haciendo snorkel! Y sí, hay que empezar a admitirlo, los chinos ya son parte del paisaje.

Maya Beach fue lo menos impresionante que vimos en nuestro pequeño paseo en barca. No sé si fue por la decepción de ver la basura a la orilla del mar o por pensar que en esas playas estuvo DiCaprio. Pero por todo lo demás, el viaje valió la pena, incluso a pesar de los chinos.

Cuando estábamos sacando estas conclusiones sólo había pasado una hora y media y nuestro piloto ya se quería volver. Le advertimos de nuestro trato con su compañero. “3 hours, 1200 bths”.  A pesar de eso comenzamos nuestra retirada para completar las 2 horas que para nosotros habían sido más que suficientes. A la hora de pagar, obviamente nuestro precio era menor porque eran menos horas. Y ahí fue cuando Agus terminó en la policía. No se preocupen tan rápido que solo fue por propia voluntad. Ambos partícipes del pleito hicieron al policía de la isla juez de la disputa.  Esta vez las artimañas tailandesas no se salieron con la suya porque lo que pudo ser un 2 horas x 1500 terminó siendo un 2 horas x 1000. ¡¡¡Agus 1, tailandeses 0!!! Bueno, al menos este mes de Julio que recién empieza.

Por lo demás, debemos decir que fueron unas mini vacaciones para envidiar y que, a pesar de los chinos, Phi Phi es uno de los paraísos que solían estar perdidos y por suerte Danny Boyle lo encontró. 
Y nosotros también!



jueves, 4 de julio de 2013

Mi segundo gran Bangkok

Mis recuerdos de Bangkok se remontaban a 9 años atrás cuando pisamos por primera vez Asia con veintitantos años y una mirada virgen de esta parte del mundo, que nada tiene que ver con occidente. No sé por qué, creí que los ojos de mis treintipico y mi segunda vez en la ciudad no podrían asombrarme más de lo que se asombra uno con el cuarto gran amor de su vida. Sin embargo, he de confesar que Bangkok me maravilló mucho más que la primera vez.

El viaje a Bangkok surgió imprevistamente, reemplazando los planes de playa del fin de semana. De tan imprevisto que era no tuvimos hotel reservado hasta la noche anterior al viaje. Pero a pesar de eso, generaba en nosotros grandes expectativas por dos motivos: volver a una gran ciudad después de 1 mes entero en un pueblo de una isla y encontrarnos con Viqui que llegaba con la mochila al hombro para empezar su gran viaje por estas tierras.

En Bangkok nos recibió el tráfico y con él nuestros archienemigos los taxistas. Lo primero que escuchamos de ellos fue  “Go Hotel, 400 bths”, algo así como 10 euros, un precio ridículamente caro para Tailandia. Por supuesto que un mes y medio de piel curtida de tailandeses ayudaron a convencer a nuestro amigo Wanob Chantawon -o eso rezaba su licencia- que sólo nos subiríamos si usaba el taxímetro. Y sí, hasta su nombre nos advertía que Chantawon era propiamente un “chanta”, porque esos 400 bths que nos ahorraba generosamente por el famoso tráfico de la ciudad resultaron siendo unos 160 baths reales. Un chanta Chantawon.

Chantawon fue sólo el prólogo de lo que nos esperaba de nuestra futura relación con los taxistas.  Todos ellos reaccionaban a la primera con una cara de duda total sobre el destino que escogíamos, y  hablo de los lugares turísticos típicos a los que vamos todos. O se hacían los que no sabían porque nuestra palabra favorita era meter. Pero me inclino más por la opción de que para ser taxista en Bangkok el único requerimiento es tener un vehículo.

Cabe destacar el asombroso taxi/casa que nos tocó una noche. Paso a describirlo: altar sobre capot con buda incluido; ofrenda florar colgada del espejito; televisión con reality show tailandés encima de la botonera de aire acondicionado; iphone con altavoz estampado a la altura de los ojos y suponemos que nuestra vista no llegaba a ver la manguera que saldría debajo del asiento para no tener que frenar e ir al baño.

Pero Bangkok no se alimenta sólo de taxis. Por eso nuestro recorrido también incluyó una serie de viajes en metro, construido en las alturas, dando esa sensación de estar siempre en el límite de la ciudad, rodeados de rondas, circunvalaciones y panamericanas. Un metro lleno de escaleras mecánicas que dependiendo del día y la hora prefieren subir o bajar. Me imagino a los tailandeses con el calendario de horario de escaleras: “Esta mañana toca bajar”.

Caminamos y caminamos y nos cruzamos con costureras que sacan las máquinas de coser de la abuela a la calle y reciben a sus clientes en la mismísima acera; con banderas cruzadoras (crossing flags) que cuelgan a un lado de una especie de semáforo y sirven para estirarlas delante de uno mismo cuando se lanza en la terrible odisea de cruzar una calle en Bangkok; con una manifestación de Hare Krishna que repartían cacahuates en nombre de la alegría; con cucarachas en el restaurante del barrio chino; con un tren de los años 20 cruzando la avenida; con monjes en los Templos; con sol, con lluvia.

Comimos variedades tailandesas y pecamos de occidentales con algún Starbucks en el camino. Nos animamos a cenar en un tailandés del Bangkok profundo, por recomendación de un Israelí que encontramos en la calle, donde el buffet libre se calentaba en un fogón muy particular y el postre consistía en cremas de colores azules, verdes y negros que se combinan con manteca y pan. La comida cruda apestaba a chino y la mitad de los platos eran completamente desconocidos para nosotros. Todo esto, mientras mirábamos la novela tailandesa de moda!

Volvimos a los lugares icónicos de la ciudad: el Grand Palace, Wat Aron, el barrio chino, el barquito por el río, el mercado Chatuchak. Recorrimos la noche subiendo 62 pisos para ver la panorámica más fotografiada de la ciudad; terminamos el cumple de Agus en un bar ambientado en la China de los años 20. Nos subimos a un tuc tuc con los enanos, pedido a gritos por el propio Ian.

Finalmente, nos encontramos con el monje más simpático del mundo que ha logrado lo que no pudo la iglesia católica conmigo en más de 30 años: tirarme agua en la cabeza! En ese momento creí que estaba ante un bautismo encubierto en donde una simpatía y una posible foto habían bastado para poner fin a mi ateísmo y  por fin convertirme a una religión sin darme cuenta. Pero más tarde entendía que al final mi visión de las cosas es más cristiana de lo que pensaba porque el agua simplemente espantaba a los malos espíritus de mi alrededor y la pulsera me protegía de ellos. Creo que en el fondo hasta me decepcioné de no haberme convertido en budista con el agua en la cabeza.

Esto fue, sin más, mi segundo gran Bangkok. A ver qué me depara el tercero..