Cuenta la historia que en los inicios de los tiempos de
Buda los monjes podían enseñar su filosofía a sus congregaciones a lo largo de
todo el año. Muchos de ellos buscaban lugares lejanos para meditar y otros recorrían
el camino para llegar a nuevas congregaciones. La época de lluvias era el
momento de viajar, como también era el momento de sembrar arroz. Hete aquí que
los granjeros se quejaron al Buda por los daños que los monjes hacían en sus siembras.
El Buda decidió entonces que los monjes se quedarían en los templos mientras
durara la estación de lluvias y que, por tanto, todos aquellos que quisieran
meditar debían acercarse a los Templos. Desde ese entonces, cada 23 de Julio el
mundo budista tailandés celebra su Lent Budist Day
o la Cuaresma Budista.
Durante la Cuaresma Budista los monjes deben dormir
siempre en el Templo, se dedican a meditar y los monjes mayores enseñan a los
monjes más jóvenes el Dharma, algo así como la ley natural o las conductas
adecuadas del budismo.
La primera vez que escuché sobre la cuaresma budista fue de
la forma más banal posible: Agus me dijo que el 22 y el 23 eran fiesta y que
podríamos viajar a algún lugar. Pero la felicidad de un posible viaje duró
poco, sólo hasta el momento que nos advirtieron que era una fiesta budista y
que lejos estábamos de las ropas naranjas y la cabeza rapada.
La segunda vez que escuché del caso, fue en boca de Um.
Me comentó que un viernes no podría venir porque volaba al pueblo de su novio, ya
que éste entraba a un Templo por tres meses para ser monje y no la iba a poder
tocar hasta septiembre. Sí, Um tiene novio!
Sí, el novio de Um se hizo monje! Y sí, no se iban a poder tocar por 3
meses!!!
En una semana había escuchado demasiadas veces acerca de
una celebración budista que cada vez me atraía más.
Entonces recurrí como siempre a mi Chapulin colorado Nice. Mi mejor amiga tailandesa se mostró encantada de escuchar sobre mi interés en este
tipo de celebraciones y me hizo un prólogo de lo que podría ver.
Me explicó que efectivamente los monjes no pueden tocar a
las mujeres, que sólo comen una vez al día, que tener un monje en la familia da
mucho prestigio y que uno puede ser monje durante un período determinado,
aunque el mínimo de estancia es de tres meses. Durante esos tres meses, los
monjes deben vivir con lo puesto y muchas familias ahorran para que sus hijos
puedan entrar a los templos. Muchos monjes aprovechan a comenzar su enseñanza
por estas épocas, como el novio de Um, porque aprovechan la sabiduría de los
monjes más viejos. Me explicó también que era una celebración para mantenernos
protegidos de los malos espíritus y que me recomendaba fervientemente el 22 y
23 de julio acercarme a un Templo.
El 22 de Julio me preparé, con cámara en mano, para
celebrar el Asalabucha day, el día
antes de la Cuaresma, por el que se conmemora el primer sermón de Buda a sus 5
discípulos. Según información de Nice, a las 8 pm los monjes darían un sermón y
luego se harían una serie de ofrendas florales. Veríamos el Vien Tien, 3 vueltas alrededor del Templo con velas encendidas. Con
esta información fresquita en el móvil, quedamos con Agus juntarnos en los dos
templos budistas más cercano. Ni la lluvia exagerada, ni dos enanos dormidos
podían frenar las ganas de una buena foto y de una experiencia budista. Lo
único que nos pudo frenar fue la oscuridad de los templos cerrados y una
suposición de que efectivamente el budismo también está perdiendo adeptos como
la iglesia católica. Tal vez les vendría bien un Buda argentino…
Pero la frustración me duró sólo lo necesario como para
seguir insistiendo al otro día. Esta vez los pelos y señales que me había
pasado Nice eran entre las 10 y las 12 AM en un Templo al que podría llegar
caminando. Mi misión consistía en comprar una ofrenda para los monjes que
contara con frutas, comida e incluso pasta de dientes y hasta toallas. Me
advirtió Nice que sería fácil distinguirla ya que vendría envuelta en un
papel naranja y que en el mismísimo supermercado podría conseguirla. Además,
debía encontrar una vela amarilla y grande.
Por suerte no tuve
que ir hasta el supermercado porque justo enfrente del Templo había una
tiendecita improvisada con la vendedora tailandesa más simpática de Bang Tao. Supongo
que Ian todo transpirado y Mila dormida en la mochilita fueron una buena
estrategia para que la mujer se apiadara de mí y me terminara de explicar lo
que tenía que hacer: “Debes ir aquí en frente, darle la ofrenda y la vela al
monje, él te tirará agua sagrada y seguramente le pondrá una pulsera “bendecida”
al niño.” Me ayudó a cruzar y me tomé 5
minutos para rogarle a Ian en nombre de Buda que no le dijera que no al monje
cuando quisiera ponerle la pulserita. Su respuesta fue “mamá no quiero una
pulserita” por lo que prometí a Francisco I que si no pasaba
vergüenza, tal vez me convertiría a alguna religión.
Llegar al Templo no fue fácil ya que estaba arriba de una colina. En el camino nos cruzamos
una especie de tienda improvisada bajo una carpa, donde se veían ofrendas
florales, una serie de canastas como la que llevaba yo y una especia de ollas con agua con inscripciones en tailandés y una figura de buda que las
encabezaba. Imaginé que sería otra venta de souvenirs.
Subimos las escaleras y nos cruzamos con un mini templo
donde predominaba una figura de buda rodeada de inciensos. Concluí que no era
el lugar ya que no nos esperaba ningún monje. De camino al siguiente templo,
descubrimos un refugio de monjes viejos descansando. Tampoco era el lugar ya
que esta vez teníamos a los monjes pero no al templo. Les pregunte con señas
cómo se llegaba al templo y su respuesta fue OK. Decidí seguir el camino pero algo
me decía que estábamos cerca…frío, frío, frío. Estábamos cerca del Templo, sí,
pero el templo para nuestra sorpresa estaba cerrado!! Definitivamente el Buda, además de ser argentino, iba a tener que convertirse en franciscano para
aumentar a los adeptos.
Era mi segundo fracaso en dos días de búsqueda budista.
Pero aún me quedaba la ofrenda en la mano y mi vela amarilla. Decidí que la
opción de monjes sin Templo tampoco me sonaba tan mal así que me acerqué a
ellos, los desperté y con señas nuevamente les dije que les daba mi ofrenda. Su
respuesta fue OK. No hubo ni agua, ni vela encendida, ni pulsera, ni plegaria
pero sí una foto de los tres monjes más monos que me he cruzado.
Cuando comenzamos a bajar para volver a casa, poco a poco
iba deshaciendo mis pasos e intentando pensar qué había ido mal. Mientras Ian
se agachaba a darle un beso a un caracol, caí en la cuenta que aquella carpa que
habíamos traspasado al principio de venta de souvenirs y ofrendas de repente
estaba llena de gente y de monjes. Claroooo, era la sucursal del Templo, 5
metros más abajo!!Cómo podía imaginar que el templo podía haber sido
reemplazado por una carpa y un pequeño altar con telas de colores
fosforescentes. Me imagino los tailandeses mirándome pasar y pensando, a dónde va
esta guiri!
Al fin y al cabo, mi ofrenda estaba en manos de los
monjes y al menos no me tendré que convertir a ninguna religión ya que no pasé
vergüenza alguna. Lo más gracioso fue que cuando nos estábamos volviendo Ian me preguntó “Mami, y mi pulserita?!”