lunes, 26 de agosto de 2013

Chiang Mai

Chiang Mai es aquella rara coincidencia que se repite cada vez que un viajero responde a la pregunta qué fue lo que más te gusto de Tailandia. Demasiadas veces había escuchado ya ese nombre de 2 palabras, que al principio me costaba recordar pero sabía que, fuera como fuera, no teníamos que dejar de visitar.

Aprovechando la oleada de visitas que recibimos en el último tramo de esta estancia, decidimos que teníamos que cerrar nuestra experiencia visitando Chiang Mai, la ciudad de los 350 templos, en familia. 

Acordamos finalmente que nos encontraríamos en la ciudad del norte, con llegadas escaladas y que al final podríamos hacer un viaje estilo terapia familiar, sumando al equipo a Moni, mi suegra, y Mache, mi cuñada.

Con la cancha que ya me había dado aquel viaje a Bangkok, me subí nuevamente al avión con los dos enanos sola para encontrarme con la otra mitad del equipo, las chicas Ubirias, a falta del DT que llegaba al día siguiente, después de trabajar. Llegar fue fácil y encontrarnos mucho más.

Cuando salimos a deambular por las calles de Chiang Mai descubrimos que todos los mitos sobre la ciudad eran completamente ciertos: todo es más barato, los hombres  y mujeres son mucho más guapos y la gente es más amigable que en otras partes de Tailandia. Se volvía a cumplir aquella profecía norte/sur que tantas veces se repite absurdamente y sólo en algunos casos, como este, se acerca a la verdad: el norte es mejor que el sur. Y pensé para mis adentros que por fin estaba volviendo aquella imagen de la Tailandia amigable que hacía 8 años había dibujado en mi cabeza y que traicionaba mi recuerdo con la sospecha de mutación.

El primer amigo que hicimos fue Sittichai Pornpratansurk, el taxista más agradable del mundo. Las casualidades de la vida quisieron que él se convirtiera en nuestro chofer y guía de la ciudad. Grande fue nuestra decepción cuando vimos una cruz colgada de su retrovisor y no la parafernalia budista a las que estamos acostumbrados. Le preguntamos de qué religión era y nos dijo que Bautista. Cuánta mala suerte hay que tener para que en una ciudad que se caracteriza por tener 350 templos budista justo nos toque la representación del 1% de los bautistas! Evidentemente las dudas sobre el budismo quedarían para el 95% de los budistas restantes que caminaban las calles de Chiang Mai.

Khun Porn-prantansurk realmente no hacía honor a su apellido, salvo cuando quiso ligar con mi suegra preguntándole su edad (grave error) y diciéndole que era “very beautiful” (gran acierto). Su mirada inocente de joven trabajador quedó patitiesa después de comprobar lo que 3 mujeres argentinas pueden hacer durante tantas horas en un taxi.

Nuestro primer destino fue el campo de elefantes Mae Sa. Ian estaba tan excitado casi como la primera vez.
Foto de Moni
Esta vez el show del riding elephante se extendía con una puesta en acto de los elefantes que nada tiene que envidiarle a los mejores shows de Las Vegas. Nos pusimos en la cola de los espectadores para hacer lo que toca: darle de comer a los elefantes  y sacar la misma foto que circulan en los facebooks chinos.

Considerando que estos animales comen 150 kilos de comida al día, nuestra ración podía llegar a quedar en la muela del elefante. Pero aun así, el entrenamiento de estos animales es tan efectivo que no solo no se escucharon quejas sino que, además, las 4 bananas que le dimos funcionaron cual Viagra. De repente junto a mi cuello y el de Ian se erguía una trompa con punta viscosa preparada para hacer la gracia del día: darnos un beso en agradecimiento de las bananas. Nuestra negativa hacia el gesto fue en vano porque la trompa ya estaba decidida a funcionar. De repente la trompa del elefante se posó en mi cuello, con un leve ruido que solo yo pude escuchar, y empezó a succionar la piel para juntar fuerzas y por fin hacer el resoplido final de satisfacción. La sensación fue escalofriante y la baba del elefante no dejaba de resbalar por mi cuello.

 El domador, con cara de orgullo, felicitaba al elefante quien me miraba con cara de perverso diciendo con sus ojos: “si me das otra banana te doy un beso francés”. Preferí correr hacia la otra punta intentando olvidar al elefante perverso, pero fue casi imposible hacerlo ya que durante toda la mañana  el olor a elefante me cubrió el cuello y el resto del cuerpo. El espectáculo siguió con un partido de fútbol elefantino y unos elefantes pintores. Espero que al menos mi elefante perverso sea de los del show de pintores, para tener algo en común de qué hablar.

Foto de Moni
Un taxista Porno-ligón y un elefante besucón habían sido demasiado por un día, así que decidimos que nuestro próximo destino sería un templo para poder perdonar nuestros pecados.

Al otro día y ya con la pandilla completa, nos fuimos al templo Wat Prathat Doi Suthep. Es un templo que está ubicado en la cima de una sierra y que tiene muy buenas vistas de la ciudad, lástima que la niebla jugó en nuestra contra. En él aprendimos que hay 7 budas que se corresponden con los días de la semana, según el día que naciste. Descubrí que el mío es el buda reclinado y casi que encontré explicación a mi vocación de sueño.

Digamos que de todos los templos en los que hemos estado, este fue el más activo, tanto que me arriesgaría a decir que es el Disneylandia de los templos: había piedras donde se dejaban los nombres de los visitantes, una tela donde se escribían los deseos, campanitas con los nombres de parejas y hasta un monje que “bautizaba” sin cargo. Ahí fue cuando Mila recibió su primera agua bendita de manos de un monje casi tan antiguo como el templo y su pulserita “espantamalosespíritus” con las palabras más alentadoras del mundo: Happines, happiness, happiness. Ian también se puso en la cola y aquella pulserita que en algún otro momento le causó tanto conflicto le duró lo que tardamos en llegar al hotel.


Foto de Moni
Foto de Moni



















El día lo terminamos en la comunidad de las “Long Necks”. A pesar de las advertencias sobre lo deprimente del espectáculo, queríamos comprobar cuánto podíamos soportar al ver la cultura manoseada por esta Tailandia que a veces se vuelve tan cruel.

Craso error. Me explico: Long Necks es una comunidad de mujeres que por belleza entienden tener el cuello largo. De allí que se alarguen el cuello con una especie de collares que añaden cada vez más piezas, a medida que se les deforma la cara. Hasta allí puede sonar una experiencia antropológica interesante. Sólo hasta que llega uno a la comunidad y se da cuenta que los cuellos han sido escandalosamente comercializados en pos de un turismo tan retorcido como la propia comunidad (entre los que obviamente nos encontrábamos nosotros). A tal punto llegan las ansias de rentabilidad que han montado un escenario en donde cualquiera se puede sacar una foto montando su cara en un círculo que descubre un cuerpo de una long neck. Nos fuimos de allí con 500 baths y 20 minutos menos de nuestras vida, reprochándonos haber entrado al espectáculo.


El resto de imágenes se quedaron en el Ching Mai prolijo, ordenado, con veredas (cosa rara en Tailandia). En aquella ciudad Tailandesa más próxima al barrio de Gracia o Palermo Hollywood que al desorden de Bangkok. En los mercados más baratos del mundo con las cosas más bellas del país. En los restaurantes que entretienen a tu bebé mientras uno come tranquilo. En los hombres que dicen piropos, en la mirada de un pueblo simpático que no hace esfuerzos para convencerte de las cosas, porque las cosas ya nos convencen por su propia cuenta.

Tal vez por todo esto, Chiang mai sigue cautivando a todos aquellos que tenemos la suerte de pasar por ahí.





1 comentario:

  1. Y para los que no tenemos la suerte de pasar por ahí qué bueno que tenemos una amiga con ganas de contarlo y tan bien! hermoso tu relato amiga!

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