sábado, 3 de agosto de 2013

Nice

A primera vista, Nice es todo cabellos.  Es imposible no pararse a admirar ese negro que no se acerca ni al
azabache. Un negro que, diría yo, crea estilo de negro con su propia personalidad. Su negrura se desliza casi hasta su cintura y por eso se vuelve tan importante en su cuerpo. Digamos que su cabello, a primera vista, hace al 70% de su personalidad. Sólo hasta que hablas con ella.

La cabellera comparte la mitad de su cuerpo, algo que no es difícil de lograr con sus medidas tailandesas. Pero esa pequeñez contrasta con la antigüedad de su corte de pelo, que se mantiene dentro de su juventud por los secretos ancestrales que reserva el aceite de coco.

Lleva consigo una calma envidiable, propia de quien sabe ser budista a ultranza. Su pequeño cuerpo se mueve con la misma perfección que le exige a las cosas que hace.  Se ríe suavemente, sin exagerar, y me atrevo a decir que esos ojos recurren frecuentemente a alguna que otra tristeza. Solo una vez la vi deshacerse de sus impecables gestos, cuando le invité un shake de mango con leche de coco. Fue entonces que me di cuenta que la niñez  también estaba escondida en sus ojos.

Heredó un inglés brillante, como toda ella, de una empresa norteamericana en la que trabajó durante muchos años. Hasta que un día decidieron hacerle el favor de motivarla a buscar su propio caminó. Fue entonces cuando empezó a vivir lo que es hoy su vida, como emprendedora mujer y tailandesa. Si le preguntas a qué se dedica, prefiere definirlo como real estate, pero yo creo que en el fondo su profesión es ser la mejor amiga tailandesa de las expats perdidas que andamos por esta selva.

Es vegetariana y pierde sus modales por cualquier tarta de chocolate o crema. Su cara de placer ante un bocado de dulce de leche hizo que ella misma desconfiara de su diplomacia por un rato. No pasó lo mismo, al probar la tortilla española. La insensatez de sus cejas me dejó percibir una pequeña duda acerca de esa comida occidental tan estrictamente consistente a la que su paladar irradiaba señales de extrañeza. Pero al final repitió plato, tal vez por su excesivo grado de cortesía o porque realmente lo exótico va con ella.

Su edad iguala a la mía y su primera reacción al saberlo fue: “I love kids, but I was not lucky”. Al principio me sonó como una justificación social pero luego me di cuenta que era una pura sensación de deseo al ver a mis hijos.

Nunca ha viajado a Europa pero ha estado en la preeuropa. Primera vez que oía ese concepto y segunda vez que escuchaba hablar de Kazajistán en mi vida. Más tarde supe que allí vive su pareja. Tiene dos hermanos, uno de los cuales es monje. En su discurso se traduce una familitis aguda y creo que eso ha hecho que se encariñara tanto con nuestro pequeño grupo de cuatro.

Me ha enseñado casi  todo lo que sé acerca de este país. Y lo ha hecho de la misma manera que a  mí me hubiera gustado transmitir mi propia historia a alguien ajeno. Sé que mi viaje tal vez no hubiera sido lo mismo sin ella.

Por ello, y por el gracias que le debo, en estas letras mi pequeño homenaje para Nice.




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