A primera vista, Nice es todo
cabellos. Es imposible no pararse a
admirar ese negro que no se acerca ni al
azabache. Un negro que, diría yo, crea
estilo de negro con su propia personalidad. Su negrura se desliza casi hasta su
cintura y por eso se vuelve tan importante en su cuerpo. Digamos que su cabello,
a primera vista, hace al 70% de su personalidad. Sólo hasta que hablas con
ella.
La cabellera comparte la mitad de su
cuerpo, algo que no es difícil de lograr con sus medidas tailandesas. Pero esa
pequeñez contrasta con la antigüedad de su corte de pelo, que se mantiene
dentro de su juventud por los secretos ancestrales que reserva el aceite de
coco.
Lleva consigo una calma envidiable,
propia de quien sabe ser budista a ultranza. Su pequeño cuerpo se mueve con la
misma perfección que le exige a las cosas que hace. Se ríe suavemente, sin exagerar, y me atrevo a
decir que esos ojos recurren frecuentemente a alguna que otra tristeza. Solo
una vez la vi deshacerse de sus impecables gestos, cuando le invité un shake de
mango con leche de coco. Fue entonces que me di cuenta que la niñez también estaba escondida en sus ojos.
Heredó un inglés brillante, como toda
ella, de una empresa norteamericana en la que trabajó durante muchos años.
Hasta que un día decidieron hacerle el favor de motivarla a buscar su propio
caminó. Fue entonces cuando empezó a vivir lo que es hoy su vida, como
emprendedora mujer y tailandesa. Si le preguntas a qué se dedica, prefiere
definirlo como real estate, pero yo
creo que en el fondo su profesión es ser la mejor amiga tailandesa de las expats perdidas que andamos por esta
selva.
Es vegetariana y pierde sus modales por
cualquier tarta de chocolate o crema. Su cara de placer ante un bocado de dulce
de leche hizo que ella misma desconfiara de su diplomacia por un rato. No pasó
lo mismo, al probar la tortilla española. La insensatez de sus cejas me dejó
percibir una pequeña duda acerca de esa comida occidental tan estrictamente
consistente a la que su paladar irradiaba señales de extrañeza. Pero al final
repitió plato, tal vez por su excesivo grado de cortesía o porque realmente lo exótico
va con ella.
Su edad iguala a la mía y su primera
reacción al saberlo fue: “I love kids, but I was not lucky”. Al principio me
sonó como una justificación social pero luego me di cuenta que era una pura
sensación de deseo al ver a mis hijos.
Nunca ha viajado a Europa pero ha estado en
la preeuropa. Primera vez que oía ese concepto y segunda vez que escuchaba
hablar de Kazajistán en mi vida. Más tarde supe que allí vive su pareja. Tiene
dos hermanos, uno de los cuales es monje. En su discurso se traduce una
familitis aguda y creo que eso ha hecho que se encariñara tanto con nuestro
pequeño grupo de cuatro.
Me ha enseñado casi todo lo que sé acerca de este país. Y lo ha
hecho de la misma manera que a mí me hubiera
gustado transmitir mi propia historia a alguien ajeno. Sé que mi viaje tal
vez no hubiera sido lo mismo sin ella.
Por ello, y por el gracias que le debo,
en estas letras mi pequeño homenaje para Nice.
todos queremos a Nice!!!!
ResponderEliminarQué post más bonito.
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